O Tras un verdadero maracanazo, el
campeón vigente fue, sorpresivamente, el primer cuadro en decir adiós a la
fiesta planetaria de los goles
Toda España llora y junto a ella, otros millones de hinchas que apostaron
por el juego casi perfecto que llevó a la escuadra de Vicente del Bosque a ser
considerada con justeza la mejor en todos los sentidos y lógica favorita para
volver a levantar la Copa en el Mundial que tiene por sede a los magníficos
estadios de Brasil. Lo sucedido este miércoles en el mítico coloso de Río de
Janeiro fue, sin lugar a dudas, una versión actualizada del Maracanazo.
Claro, que yo soy de los que considera que la forma en que Chile humilló al
campeón vigente de la Copa del Mundo en el césped del Maracaná, fue algo así
como la crónica de una muerte anunciada, porque después del desastre frente a
Holanda en su debut, la llamada Furia Roja, no pudo recuperarse.
El once que encantó a los millones de seguidores del fútbol en la Tierra
durante los últimos seis años, se esfumó, desapareció como por arte de magia:
nerviosismo en el manejo del balón, sin iniciativa, sin ideas, extremadamente
lento, carente de una línea defensiva y con un portero que, en la práctica, no
tiene nada que ver con el Iker Casillas considerado por la mayoría de los
especialistas, el número uno en la custodia de los tres palos.
No pretendo restarle méritos al gran desempeño del equipo de Chile, pero no
me cabe la menor duda acerca de que frente a un España en su forma óptima, el
resultado no hubiera sido el mismo; de la misma manera en que Holanda hubiera
tenido que sudar mucho antes de pasar por encima de la maquinaria reina en
Sudáfrica-2010.
No existe un equipo invencible, sobre todo porque los hombres, las
generaciones de jugadores van envejeciendo, perdiendo facultades y es preciso
planificar la renovación escalonada para que el nivel cualitativo no baje
demasiado, pero la estrepitosa caída de España, especialmente a partir de la
pobre actuación de la Copa Confederaciones del pasado año, es sorprendente,
inconcebible. Lo que asusta no es que se pierda, sino cómo se pierde.
No soy de los que se dedica a hacer leña del árbol caído, pero un hombre de
la experiencia y la capacidad técnico-táctica de Vicente del Bosque, debió
percatarse de la baja forma de sus principales jugadores. Admito que en el
primer choque puede haber sido sorprendido por el vertiginoso juego de Holanda,
fundamentalmente en el período complementario, pero demoró mucho los cambios en
busca de una reacción que levantara la moral de un once que, en definitiva,
perdió hasta su personalidad en la cancha.
Los españoles no pudieron recuperarse del golpe sicológico del 1-5 ante los
tulipanes y en eso tuvo mucho que ver, según mi criterio, el hecho de que no
fue una buena idea llevar a la banca a Xavi Hernández, cuando éste constituye,
junto a Iniesta el corazón del equipo.
Ellos son el hilo conductor del planteamiento táctico que los condujo a las
grandes victorias. Lo realmente necesario era comenzar frente a Chile con
un cuadro más ofensivo liderado por
Fernando Torres y David Villa, en sustitución de un Diego Costa y un David
Silva perdidos, lentos y sin ideas.
Habrá que hacer un análisis muy profundo, encontrar las causas de este
desastre y pensar en las medidas que permitan un resurgir del fútbol español
que tanto significa en el quehacer del más universal de los deportes. Es
preciso trabajar para el futuro y mantener el alto nivel cualitativo de su
justamente reconocida Liga de las Estrellas, fragua en la que se forjan los
jóvenes futbolistas locales, los mismos que, en pocos años, serán capaces de
alzar la Copa del Mundo, otra vez.
Que el campeón vigente haya sido el primer once que dijo adiós al Mundial
de Brasil es una soberana sorpresa, pero les aseguro que no será la única. Creo
que debemos estar preparados para otros resultados insospechados, especialmente
por el exceso de optimismo de los anfitriones brasileños que, con su exigencia
en cada salida de la verde-amarela, ejercen una presión adicional sobre sus
jóvenes representantes y llámese maracanazo o no, pueden sufrir un golpe tan
fuerte como aquel que le propinara Uruguay en la Copa de 1950.
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