Todavía no atino a recuperarme de tan duro golpe sentimental. Pasaron más
de 72 horas y sigo consternado con la noticia: Falleció Ernesto Vera Méndez,
maestro de periodistas, ejemplo de revolucionario consecuente, de fidelidad
absoluta a sus principios, paradigma de ser humano.
Sabía que la muerte, ese acto tan natural que termina con todos los seres
vivos, acechaba en contubernio con su avanzada edad y la más diabólica de las
enfermedades, pero tenía la esperanza de que un hombre de las condiciones de
Vera, siguiera alentándonos con su presencia física unos años más. Es por eso
que la tristeza me embarga.
El Presidente de Honor de la Unión de Periodistas de Cuba ha sido un
revolucionario consecuente desde que era prácticamente un adolescente y desde
que abrazó el oficio de periodista, lo convirtió en arma de combate en la lucha
centenaria por la independencia de Cuba, fiel a la prédica martiana de esencia
antimperialista.
Lo conocí en el año 1966, cuando trabajaba en la preparación de lo que
sería el II Congreso de la UPEC y yo era solo un corresponsal obrero voluntario en la entonces
región Tunas-Puerto Padre, de la provincia de Oriente. Desde aquel día supe que
era un revolucionario cabal, lo que ratifiqué dos o tres meses después, al
conocer su elección para Secretario General de la UPEC.
Ya como periodista profesional, a partir de enero de 1967 y como miembro
del Ejecutivo Regional de la UPEC, mis relaciones con Vera se estrecharon,
hasta rebasar los marcos institucionales y convertirse en una profunda y
sincera amistad, basada en los objetivos comunes de nuestras vidas.
Durante casi medio siglo, Ernesto Vera fue un ejemplo de dedicación, de
entrega absoluta a la tarea de que el periodismo
cubano fuera un bastión en la lucha ideológica, en la información, educación y
la reafirmación de la conciencia revolucionaria del pueblo, con la verdad como
premisa frente a las mentiras del enemigo sobre la realidad de nuestra Patria.
Trabajó incansablemente a favor de sus colegas periodistas, los defendió de
las tendencias negativas impulsadas por quienes, en su momento, quisieron encubrir
errores y los criticó cuando fueron superficiales en los análisis sobre temas
cotidianos de una sociedad bloqueada, asediada por acciones terroristas, pero
digna, valiente, capaz de defender con uñas y dientes la justicia conquistada.
Por las incansables gestiones de Vera, los periodistas cubanos elevaron su
nivel profesional, se crearon las Facultades de Periodismo y la mayoría pudo
alcanzar títulos universitarios, maestrías y doctorados. En su mandato de dos
décadas se fortalecieron los lazos con las asociaciones de periodistas de los
países socialistas, con la Organización Internacional (OIP) y con la Federación
Latinoamericana (FELAP)
La fructífera labor de Ernesto Vera consolidó el prestigio del periodismo
cubano, sirvió de ejemplo a dos generaciones de profesionales de la prensa de
este país y a una hornada actual que, con ideas renovadoras y en concordancia
con las realidades de su época, sigue manteniendo en alto las banderas de la
fidelidad más absoluta a la sociedad que la educó en los principios de
libertad, independencia y justicia.
Por eso Ernesto Vera deja un vacío grande. Es la pérdida de un guía, de un
maestro, del padre que fuera para los periodistas cubanos. Sin embargo, me
aferro a la concepción martiana de que la muerte no es verdad cuando se ha
cumplido bien la obra de la vida. ¡Hasta siempre, hermano querido!
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