Hoy comienzo a contarles la historia de mi humilde familia. Este es uno de los tantos episodios que podrán conocer en este espacio concebido para narrar una historia que, estoy seguro, pudiera ser la de millones de familias en los países llamados subdesarrollados y que, irónicamente, algunos señalan con el eufemístico apelativo de “en vías de desarrollo”.
Yo soy el mayor de seis hermanos, hijos del matrimonio formado por Juan Bernardo Batista Soa (sin otro apellido), empleado de la Compañía de Ferrocarriles de Cuba y Fe Cruz, ama de casa, quien colaboró con el sostén del hogar en la ocupación de lavandera de las llamadas familias pudientes de la entonces pequeña ciudad de Victoria de Las Tunas, Balcón de Oriente.
El viejo tenía un salario decoroso que hubiera servido para vivir con cierto desahogo, pero las necesidades de su querida madre y de otros miembros de su familia, a quienes apoyaba incondicionalmente, hacía que en mi casa paterna se garantizaba la comida y todo lo demás debía esperar “por tiempos mejores”.
Esa es la razón por la cual mi vieja debía lavar ropa, mientras que en mi caso, dejé la escuela para ayudar en lo demás, primero de limpiabotas y después como un clásico vendelotodo , desde tamales de maíz tierno, hasta décimas humorísticas impresas.
Mis hermanos, Blanca Fe (la única hembra), Francisco José (Paquito), Luis Orlando (Llina), Valentín Salvador y Amado, siguieron en la escuela hasta que estas fueron cerradas en 1958, ante el recrudecimiento del enfrentamiento del ejército del tirano Fulgencio Batista y las fuerzas del Ejército Rebelde.
En febrero de 1957, me interesé por aprender mecanografía y resultó que la profesora “Beba” Sández, conocí a mi madre, quien de adolescente trabajó de doméstica en su casa. Ante el hallazgo, la “profe” me propuso que si mi mamá lavaba la ropa de su familia, ella me daba gratis las clases de mecanografía.
El trato se estableció y fue tanto el interés que tuve por esa asignatura que en abril estaba listo para presentarme al examen, junto al grupo que llevaba dos meses de adelanto cuando yo me incorporé. Ahí se presentó un gran problema, porque para tener derecho a la prueba era preciso entregar ¡25.00 pesos!. Yo que siempre había llorado mucho porque quería estudiar, esta vez no tenía consuelo.
Mi padre, ejemplo de hombre bueno, honesto, padre de familia como ninguno; no vaciló. Salió de la casa y regreso con los 25 pesos en la mano y me los entregó. Hice el examen, aprobé y recibí el carné y el título de Mecanógrafo. Después supe que mi viejo había tenido que pedir el dinero a un usurero (garrotero) y que la devolución estuvo incrementada en un 10 por ciento. ¡Cosas de aquella época de miseria y abandono!
No quiero agobiarlos porque este es solo un capítulo de muchos que van a conocer en este espacio. Lo cierto es que tenía un título, pero seguía de limpiabotas o vendedor ambulante.
Triunfó la Revolución el Primero de Enero de 1959 y la vida de los humildes de este verde caimán antillano, cambió por completo. Mi padre, mi madre y toda la familia se incorporó a las nuevas tareas y fue así que con quinto grado y el título de Mecanógrafo, un primo llamado Rafael Galiano Batista, quien administraba el tejar llamado Simpatía en el municipio cienfueguero de Abreus, en la antigua provincia de Las Villas, me ofreció la plaza de oficinista. Así, bastante lejos de mi hogar y de mi pueblo, comenzó mi vida laboral. Allí fui seleccionado para un curso de Administración de Industrias del Ministerio de la Construcción en La Habana y me fui a la capital donde estuve desde septiembre de 1962, hasta julio de 1963. Ese curso me sirvió para aumentar considerablemente mi nivel de instrucción.
Trabajé en la Empresa de Cerámica Roja en Cienfuegos, hasta que en 1964 me trasladé para Holguín y luego me designaron, en 1965, administrador del Tejar Cristino Barreda, de mi querida Victoria de Las Tunas. Desde 1963 era corresponsal voluntario de prensa y en 1967 me ubicaron en una plaza de periodista profesional en la emisora Radio Circuito (Hoy Radio Victoria).
Así comenzó mi vida en esta hermosa profesión que es el periodismo. La Unión de Periodista de Cuba (UPEC) me dio a mi, al igual que a otros miles de compañeros en el país, la oportunidad de estudiar la carrera en la Universidad. En el caso de los que ejercíamos en la entonces región Tunas, de la provincia de Oriente, recibimos un curso de nivelación y los aprobados ingresamos en un Curso Preparatorio de Humanidades, el cual debía vencerse para poder entrar en el primer año de la Licenciatura en Periodismo (Curso dirigido) de la Universidad de Oriente.
En 1975, en la llamada Graduación Primer Congreso del Partido Comunista de Cuba, recibí mi título de Licenciado en Periodismo, justo en el momento en que mi primogénito Norge Luis Batista Albuerne, se graduaba de preescolar. ¡Qué linda ocasión! ¿Verdad?
Así es como yo me convertí de limpiabotas en Periodista, profesión en la que ya llevo 39 años de ejercicio profesional. ¿Hubiera sido posible en las condiciones de la Cuba neocolonial? Absolutamente, no.
Otros episodios del andar de mi familia podrán conocer más adelante, insertados junto a otros materiales que puedan resultar de interés de mucho. ¡Hasta un próximo contacto!
MI BEATRIZ, BACHILLER Y ADULTA
Hace 7 meses
1 comentario:
Es un trabajo cargado de emotividad y sinceridad, lo se porque lo he escuchado muchísimas veces de boca de mi padre, que es el autor. Enhorabuena mi viejo, y ahora que corra la voz, tu voz clara y precisa, por el mundo.
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