Vuelvo sobre las huellas de mi humilde familia, radicada siempre en Las Tunas, Balcón del Oriente Cubano. Mi padre, Juan Batista, obrero ferroviario por más de 40 años sin una sola mancha, por mínima que fuera, en su expediente, tuvo desde niño una existencia que podemos calificar de muy sana, porque practicaba la caza y la pesca, además de ser un excelente jugador de béisbol en las posiciones de jardinero y lanzador, con fama de buen bateador.
Esos buenos hábitos los transmitió a su familia. De ahí que a mi madre, Fe Cruz, le encantaba el deporte, sobre todo el béisbol y los cinco hermanos varones conseguimos resultados cualitativos en la práctica de nuestro deporte nacional.
Para ser precisos debo señalar que este periodista llegó a incursionar en torneos semifinales provincial de béisbol en la antigua provincia de Las Villas (hoy Cienfuegos, Villa Clara y Sancti Spíritus). Fue compañero de equipo o rival de atletas reconocidos de la calidad de Aquino Abreu, Ronel Sardiñas, Rolando Macías y Casimiro Aguiar (lanzadores); Ramón “Veguita” Fernández, Francisco Cantero, Ricardo Mesa, Orlando Figueres, Juan Emilio Pacheco, Antonio Inufio, entre otros exponentes de la pelota villareña en las primeras series nacionales.
Mi hermano, Francisco José Batista Cruz, fue un buen bateador en los torneos de segunda categoría, pero lo que más lejos llegaron fueron Luis Orlando, en torneos de la provincia de Camagüey y el más pequeño de la “tribu”, Amado, quien llegó a brillar en los torneos provinciales de béisbol de La Habana en la década del 70 del pasado siglo, en las filas del equipo de Guanabacoa.
Tan brillante fue su paso por los diamantes capitalinos, que allá por 1973 estuvo previsto para estar en la preselección del conjunto llamado Constructores, luego de batear para 367 en la lid provincial; sin embargo, su desmovilización del Servicio Militar vino con la decisión de regresar a su ciudad natal, llamada entonces Victoria de Las Tunas. Trajo su aval en la pelota habanera, pero no convenció a las autoridades de la época y prácticamente se tronchó su ascendente carrera de beisbolista.
El caso de Luis, quien por esos años era cuadro de la Unión de Jóvenes Comunistas en la Columna Juvenil del Centenario (fuerza de jóvenes y adolescentes que cumplían importantes tareas en la agricultura cañera y no cañera, y en la ganadería) camagüeyanas; fue que a pesar de ser una sensación en el campeonato provincial de béisbol y estar incluido en la preselección del equipo Granjeros; no fue autorizado por la máxima dirección de la UJC.
Valentín Salvador, mi otro hermano varón, practicó el béisbol, pero no sobresalió como en el fútbol, aunque sin llegar a ser una figura reconocida, al igual que le sucedió con el hockey sobre patines. Donde brilló y brilla es en la pesca deportiva, no solo de practicante, sino en calidad de presidente de la Asociación Provincial de esa disciplina recreativa.
Al decir verdad, toda la familia aprendió a pescar a instancias del viejo que era un amante extraordinario de esa forma de recreación que, a la vez, facilita la obtención de alimentos para el hogar. Hasta mi vieja llegó a ser una experta pescadora desde la orilla de los ríos con cordel y vara criolla; por eso, en nuestra mesa abundó el pescado frito o en otras recetas culinarias.
Mi padre resultó ser, de igual manera, un excelente cazador. Tenía una escopeta de su propiedad, una calibre 12 de cartuchos, poseía su correspondiente licencia y constituyó un constante abastecedor a la mesa del hogar de lo que el denominaba “carne de pluma”, entiéndase gallinas de guinea, yaguazas, patos inmigrantes, codornices, torcazas, perdices y palomas.
En otra oportunidad, seguiré exponiendo el quehacer de mi humilde familia desde los años duros, durísimos, de la república mediatizada (1902-1958) y, por supuesto, en las décadas que siguieron al Primero de Enero de 1959, cuando la libertad hizo su aparición para beneplácito de las mayorías en Cuba.
MI BEATRIZ, BACHILLER Y ADULTA
Hace 7 meses
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