La Federación de Mujeres Cubanas acaba de celebrar su aniversario número 46, en el cual se puso de manifiesto la justificada alegría de vivir y trabajar en un país donde las féminas tienen igualdad de deberes y derechos, como parte fundamental de una sociedad con todos y para el bien de todos.
En Cuba fue desterrada, desde el primero de enero de 1959, la discriminación de raza, de sexo y de posición social; se acabaron los abusos que sufrían las mujeres, principalmente las humildes, quienes debían escoger entre mantenerse en el hogar miserable y plagado de privaciones, asumir empleos menores, esclavizarse de doméstica para servir a los ricos o prostituirse para subsistir.
No es casual, por tanto, que las mujeres cubanas, herederas de las mambisas que, como Mariana Grajales, lo dieron todo por la independencia de la Patria, participaran activamente en las luchas sociales del siglo XX contra los desgobiernos vendidos al “monstruo violento y brutal que nos desprecia”.
Yo puedo ejemplificar cuál era la vida de las mujeres del pueblo en la república mediatizada, con todo lo que sufrió mi madre, desde que con ocho años de edad, sin poder ir a la escuela, tuvo que trabajar de doméstica, de criada en casas de familias ricas, para ayudar al sustento de la familia.
Para que se tenga una idea, mi madre tenía que encaramarse en un banquito de madera, única forma de que su cuerpecito se alzara hasta la altura del fregadero de la cocina para lavar los platos y los calderos. Así de menuda, debía limpiar una vivienda de cuatro cuartos, sala, saleta, dos baños, comedor y cocina. ¿Cuánto le daban por las duras y largas jornadas? ¡$ 3.00 y la comida!
Esa era la realidad de las mujeres del pueblo en Cuba hasta el triunfo de la Revolución y son miles los casos de aquellas que fueron violadas por sus “señores de la casa”, abandonadas a su suerte con uno o más hijos e iban a engrosar las filas de los indigentes, si no tomaban por el fangoso camino del robo o la prostitución.
Como tantas cubanas, mi madre tuvo conciencia de lo que pasaba en el país, convicción que reafirmó luego de unirse a mi padre, obrero ferroviario y enemigo acérrimo de todo lo que significara injusticia y explotación. Es así como mi vieja, junto a mi única hermana, confeccionaron banderas y brazaletes del Movimiento 26 de Julio, prepararon vendajes y cuidaron más de un herido en nuestra propia casa a pesar del enorme peligro que aquello entrañaba.
Después del triunfo de la Revolución, mi madre y mi hermana se entregaron al trabajo por la nueva vida; estuvieron entre las fundadoras de la Federación de Mujeres Cubanas el 23 de agosto de 1960 y de los CDR el 28 de septiembre del propio año.
La vieja desde la casa donde se mantuvo y mi hermana de trabajadora y ambas involucradas en todas las intensas tareas de los primeros años de abierta lucha de clases frente a los rezagos de un orden social condenado a desaparecer por su carga de injusticia y de abusos por más de medio siglo.
Hoy, las mujeres cubanas constituyen un baluarte de la Revolución en la construcción del Socialismo que corresponde a nuestras características de nación pobre y subdesarrollada que lucha, a brazo partido frente al criminal bloqueo de los Estados Unidos, por alcanzar una vida mejor y más digna para el pueblo.
Las herederas de las mambisas de ayer, mambisas ellas de hoy y de siempre, son mayoría entre los científicos que revolucionan, sobre todo, en el mundo de la investigación de los medicamentos, entre el personal de la salud (médicos, enfermeros y técnicos). En todas las esferas de la vida nacional, priman las mujeres dirigentes, ingenieras, arquitectas y qué decir en las actividades del deporte y la cultura.
Por eso, en este aniversario de la Federación de Mujeres Cubanas, considero necesario parafrasear al gran guía del proceso emancipador de este Caimán Antillano, José Martí y Pérez, cuando dijo que con la presencia de la mujer la obra es inmortal.
MI BEATRIZ, BACHILLER Y ADULTA
Hace 7 meses
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