sábado, agosto 06, 2011

Inseparables: La vida y la muerte






















En muy pocos días he sentido los encontrados sentimientos de alegría y tristeza, como para reafirmar que la vida y la muerte son inseparables para el ser humano en su andar por los caminos que tiene trazados desde el momento en que abre los ojos al mundo luego de emerger del vientre materno.

La vida nos depara acontecimientos de todo tipo. Unos de satisfacción y regocijo, otros que te oprimen el pecho y te arrancan pedazos del alma, que producen heridas imposibles de cicatrizar; pero para los cuales es necesario prepararse porque son y serán inevitables.

La familia que comencé a formar hace 44 años ha tenido que transitar por unos y otros momentos, solo que hasta ahora, no había recibido el golpe más duro y avasallador, pese a que llegó precedido de una alegría reconfortante, llena de luz, portadora de una ternura infinita. Un sol resplandeciente iluminó nuestra existencia y poco después, como para ratificar la única verdad absoluta, la muerte nos tendió su manto negro, cargado del más profundo de los dolores.

El 27 de julio, en el hospital materno González Coro, de la capital cubana, llegaba al mundo una niña preciosa que recibió de nombre Adriana, segundo retoño de mi hijo, el Doctor Noyde Batista y su compañera en la vida, Yunicet Valenciano, acontecimiento esperado con avidez por toda la familia y, especialmente, por su hermanito mayor, Alejandro.

La noticia colmó de felicidad a la familia toda, pero sobre todo a mi esposa, Bertha Albuerne y a mí. Era tanta la alegría de mi compañera en la vida que, sin tener aún la posibilidad de verla, pregonaba a todos, con orgullo infinito: “Mi nieta nueva es preciosa” Y con la palabra “nueva” dejaba claro que también lo es la primera nieta, Lucía Laura, fruto divino del matrimonio de nuestro primogénito, el cantautor Norge Batista y su esposa la Licenciada en Enfermería, Rosa Elena Polanco.

Deseosa de abrazar a su nuera y a su nieta recién nacida, mi querida vieja esperaba ansiosa por un viaje a la capital, con el objetivo supremo de recibir atención especializada debido al progresivo deterioro de su salud. La vida fue cruel, especialmente con ella y, de forma sorpresiva y alevosa, la privó de la felicidad de acoger en su regazo a la tierna figura de Adriana; al tiempo que dejó a sus seres queridos sin su amada presencia.

El 2 de agosto en horas de la tarde, se trasladó a la casa de Lidya, una de sus hermanas, para estar junto a ella el día 3, fecha en que celebraría su cumpleaños. Cuando estaban reunidos por la celebración, Bertha se sintió mal, poco después recibía atención en un policlínico cercano y dada la complejidad de los síntomas, remitida de inmediato al hospital general Ernesto Guevara, de la ciudad de Las Tunas.

Bajo el cuidado de profesionales muy competentes, éstos llegaron a la conclusión de que era necesario someterla a una intervención quirúrgica, la cual ejecutaron en horas de la madrugada del jueves 4 de agosto. Encontraron una peritonitis provocada por acumulación de líquido en el abdomen, además de deterioro circulatorio a causa de su hábito de fumar e insuficiencias renales y hepáticas. ¡Poco o nada podía hacerse!

Comenzó la angustiosa espera, mientras se recuperaba de los efectos de la anestesia. Al parecer, solo abrió sus lindos ojos para contemplar el mundo por última vez, porque exhaló su postrer suspiro aproximadamente a las 4:00 de la tarde, para dejar a los suyos sumidos en el mayor desconsuelo y el corazón desgarrado por el más profundo de los dolores.

Bertha tenía 63 años de edad, cumpliría 64 el venidero 3 de noviembre y compartió su vida conmigo durante 44, aniversario que acontecería el próximo 23 de septiembre, ¡Toda una vida juntos en la construcción de una familia de la que estamos y estaremos orgullosos! No fue un matrimonio perfecto, no; pero siempre nos unió el amor a nuestros hijos, padres y hermanos, más fuerte infinitamente que las desavenencias posibles, presentes en mayor o menor medida en toda pareja.

La amé profundamente desde el mismo día en que la conocí y, a mi manera, no siempre de la forma más justa, lo reconozco con honda tristeza, la amaré mientras exista, su recuerdo estará conmigo eternamente, como permanecerá en mis dos hijos que la adoran por su condición de madre paradigma de preocupación y amor incomparable por sus retoños.

Aún cuando tengo que asumir la tristeza lacerante que nadie pueda imaginar, cuando por ley de la vida debí contemplar su vuelo hacia la eternidad, puedo asegurar que en mi nido permanecerá, por siempre, ¡mi linda paloma roja!

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