Derrota de Cuba en béisbol frente a Estados Unidos
¿Acaso el mundo se va a acabar por eso?
El béisbol es nuestro deporte nacional, es la gran pasión de los habitantes de esta Isla, sempiterna cuna de jugadores excepcionales y cuyos equipos han “campeado por su respeto” en las lides mundiales de aficionados desde la segunda edición, celebrada en La Habana en 1939.
La hegemonía cubana se mantuvo hasta el triunfo de la Revolución en enero de 1959, pese a que el deporte era esencialmente profesional y los mejores peloteros, salvo contadas excepciones que se mantenían en las filas amateurs, “saltaban” a la carpa local, como trampolín en el camino hacia el “béisbol organizado” de Estados Unidos, con las Grandes Ligas como meta soñada.
Pero, “llegó el Comandante y mandó a parar”. El deporte y el béisbol como expresión máxima para los cubanos, se convirtió en derecho del pueblo, se creó el Instituto Nacional de Deportes Educación Física y Recreación (INDER) y fue abolido el profesionalismo con toda su secuela de explotación y de hombres convertidos en sucia mercancía para llenar los bolsillos de los magnates.
Dejaron de existir los equipos de Almendares, Habana, Cienfuegos y Marianao, animadores del Campeonato Invernal, cantera inagotable de talentos, de mercancía bastante barata en aquellos tiempos, por lo que era preciso ofrecer al pueblo su espectáculo favorito con un objetivo distinto: extenderlo a todo el país y garantizar la continuidad victoriosa en los eventos internacionales, ganar medallas para la Patria.
En 1961, en la Serie Mundial de Costa Rica, comenzó la historia del béisbol revolucionario, el mismo al que en la inauguración de la I Serie Nacional, el 14 de enero de 1962, Fidel calificó como el triunfo de la pelota libre sobre la pelota esclava.
Y las victorias se sucedieron unas tras otras, en series mundiales, calificadas posteriormente campeonatos y ahora copas; las también llamadas copas intercontinentales; en Juegos Panamericanos, Centroamericanos y del Caribe, Olimpíadas y en el máximo evento beisbolero de la historia, el I Clásico Mundial de 2006, en el que los más “encumbrados extractases de las Grandes Ligas” , cedieron ante el empuje de los dignos representantes de la Isla de la Libertad.
Pero eso no quiere decir, de ninguna manera, que los equipos cubanos de béisbol sean invencibles. Pensar que los rivales de cualquier latitud no puedan ser capaces de arrancarles una victoria a los nuestros es caer en una posición chovinista y actitudes como esas nos llevan al fanatismo.
Hubo un momento de la historia, eso debe reconocerse, en que la fuerza extraordinaria de nuestro béisbol permitía ganar los eventos con una facilidad casi absoluta, con abrumadoras ventajas, sucesivos nocaos e implantación de récords impresionantes de bateo y de pitcheo. Los equipos aficionados rivales, poco podían hacer.
La historia, sin embargo; demuestra que aún sin enfrentar a los profesionales, Cuba sufrió derrotas inolvidables, como aquellas frente a Estados Unidos en los Juegos Panamericanos de Winnipeg, Canadá, en 1967; en la Copa Intercontinental de Edmonton, en 1981 o la más sorpresiva de todas, en los Juegos Centroamericanos y del Caribe de La Habana-1982, en los que se coronó la novena de República Dominicana.
A partir de 1998 los peloteros profesionales aparecieron en el llamado béisbol olímpico y, por supuesto, la calidad aumentó de manera notable. Ganar en las tradicionales competencias se hizo más difícil; pero Cuba demostró que el buen béisbol no es patrimonio exclusivo de los jugadores rentados.
Cuba mantiene el reinado con su pelota libre, sus talentosos jugadores, verdaderas estrellas en el firmamento mundial, tienen tanta o más calidad que cotizadas figuras animadoras del llamado Big Show, de la “Gran Carpa” de Estados Unidos y como escribió un colega en el transcurso del Clásico, “la única diferencia de los cubanos con los big leaguers, son los millones que estos últimos cobra por sus servicios”.
Desde que el béisbol se admitió en el programa de los Juegos Olímpicos, en Barcelona-92, Cuba ha sido el campeón, con la única excepción de la cita de Sydney, Australia en el 2000, cuando cayó en la final frente a un excelente conjunto de Estados Unidos. Otra prueba de que no somos invencibles.
¿Qué es más complicado imponerse frente a equipos formados por jugadores profesionales? Si, no hay dudas de eso. Pero Cuba no solo les gana de forma reiterada a esas novenas con algunos rentados, sino que fue capaz de vencer, claramente, a uno de los tradicionales animadores de las Grandes Ligas de Estados Unidos, como los Orioles de Baltimore. Allá, en su propio cuartel general del estadio Candem Yard.
En series, campeonatos o copas mundiales, Cuba se ha enfrentado 23 veces a Estados Unidos y ha ganado en 20 oportunidades y, ahora, en China Taipei, fue la primera vez que los yanquis discuten una final frente a los tradicionales campeones, por lo que con sus profesionales y todo, la inmensa mayoría de las veces quedaron en el camino.
¿Qué pasó hace pocas horas en China Taipei? Cuba y Estados Unidos, dos excelentes equipos llegaron por sus respectivos grupos hasta la gran final y, a la hora de la verdad, los norteamericanos jugaron mejor y merecieron la victoria. Esa es, en esencia, la pura realidad. Tratar de culpar a algunos jugadores o al director es, en mi opinión, la fracasada manía de buscarle la quinta pata al gato, cuando todos sabemos que solo tiene cuatro.
Si la victoria hubiera sonreído a los nuestros, no hubiera la avalancha de comentarios que se extiende a lo largo y ancho de esta isla mayor de Las Antillas. Estoy plenamente de acuerdo en que esta derrota merece un análisis a fondo, pero igualmente se habría hecho necesario ante un resultado favorable.
¿Qué está pasando con la ofensiva, menguada de manera preocupante durante el actual año? ¿Qué provoca las dolencias en los brazos de algunos de los jóvenes lanzadores, cuyo talento le ha permitido llegar temprano a la preselección nacional?
Creo que estas son preguntas que deben tener respuesta inmediata. No se puede culpar a uno, dos o tres jugadores por la derrota del equipo en un partido aunque sea el decisivo, y mucho menos tratar de convertir al director Rey Vicente Anglada en el chivo expiatorio. El análisis tiene que ir a la raíz de los problemas.
Nuestro deporte en general y la pelota en particular regalan tantos triunfos a este pueblo que nos ha creado una mala costumbre: no admitimos menos que la medalla de oro. Y eso provoca sentimientos de injusticia, porque ganar una presea de cualquier color en un evento internacional tiene un merito extraordinario. ¿Por qué entonces tenemos que arremeter contra un atleta o un equipo que pierde un partido frente a un rival de alto calibre después de ganar 25 títulos, nueve de ellos en forma consecutiva?
De los reveses deben sacarse experiencias; eso es lo que cuenta ahora. Es necesario revisar bien en qué se falló y por qué, corregir el tiro y acometer con nuevos bríos la preparación de cara a los Juegos Olímpicos de Beijing en el próximo verano, para devolver el golpe y obtener la cuarta corona en esas magnas citas.
Los peloteros merecen, por su extraordinaria cadena de victorias, toda la confianza de este pueblo por el cual han derrochado técnica y coraje en todos los continentes. Si cada uno de nosotros reflexiona profundamente, se dará cuenta que se ha perdido una batalla, pero el mundo no se va a acabar por eso.
¿Acaso el mundo se va a acabar por eso?
El béisbol es nuestro deporte nacional, es la gran pasión de los habitantes de esta Isla, sempiterna cuna de jugadores excepcionales y cuyos equipos han “campeado por su respeto” en las lides mundiales de aficionados desde la segunda edición, celebrada en La Habana en 1939.
La hegemonía cubana se mantuvo hasta el triunfo de la Revolución en enero de 1959, pese a que el deporte era esencialmente profesional y los mejores peloteros, salvo contadas excepciones que se mantenían en las filas amateurs, “saltaban” a la carpa local, como trampolín en el camino hacia el “béisbol organizado” de Estados Unidos, con las Grandes Ligas como meta soñada.
Pero, “llegó el Comandante y mandó a parar”. El deporte y el béisbol como expresión máxima para los cubanos, se convirtió en derecho del pueblo, se creó el Instituto Nacional de Deportes Educación Física y Recreación (INDER) y fue abolido el profesionalismo con toda su secuela de explotación y de hombres convertidos en sucia mercancía para llenar los bolsillos de los magnates.
Dejaron de existir los equipos de Almendares, Habana, Cienfuegos y Marianao, animadores del Campeonato Invernal, cantera inagotable de talentos, de mercancía bastante barata en aquellos tiempos, por lo que era preciso ofrecer al pueblo su espectáculo favorito con un objetivo distinto: extenderlo a todo el país y garantizar la continuidad victoriosa en los eventos internacionales, ganar medallas para la Patria.
En 1961, en la Serie Mundial de Costa Rica, comenzó la historia del béisbol revolucionario, el mismo al que en la inauguración de la I Serie Nacional, el 14 de enero de 1962, Fidel calificó como el triunfo de la pelota libre sobre la pelota esclava.
Y las victorias se sucedieron unas tras otras, en series mundiales, calificadas posteriormente campeonatos y ahora copas; las también llamadas copas intercontinentales; en Juegos Panamericanos, Centroamericanos y del Caribe, Olimpíadas y en el máximo evento beisbolero de la historia, el I Clásico Mundial de 2006, en el que los más “encumbrados extractases de las Grandes Ligas” , cedieron ante el empuje de los dignos representantes de la Isla de la Libertad.
Pero eso no quiere decir, de ninguna manera, que los equipos cubanos de béisbol sean invencibles. Pensar que los rivales de cualquier latitud no puedan ser capaces de arrancarles una victoria a los nuestros es caer en una posición chovinista y actitudes como esas nos llevan al fanatismo.
Hubo un momento de la historia, eso debe reconocerse, en que la fuerza extraordinaria de nuestro béisbol permitía ganar los eventos con una facilidad casi absoluta, con abrumadoras ventajas, sucesivos nocaos e implantación de récords impresionantes de bateo y de pitcheo. Los equipos aficionados rivales, poco podían hacer.
La historia, sin embargo; demuestra que aún sin enfrentar a los profesionales, Cuba sufrió derrotas inolvidables, como aquellas frente a Estados Unidos en los Juegos Panamericanos de Winnipeg, Canadá, en 1967; en la Copa Intercontinental de Edmonton, en 1981 o la más sorpresiva de todas, en los Juegos Centroamericanos y del Caribe de La Habana-1982, en los que se coronó la novena de República Dominicana.
A partir de 1998 los peloteros profesionales aparecieron en el llamado béisbol olímpico y, por supuesto, la calidad aumentó de manera notable. Ganar en las tradicionales competencias se hizo más difícil; pero Cuba demostró que el buen béisbol no es patrimonio exclusivo de los jugadores rentados.
Cuba mantiene el reinado con su pelota libre, sus talentosos jugadores, verdaderas estrellas en el firmamento mundial, tienen tanta o más calidad que cotizadas figuras animadoras del llamado Big Show, de la “Gran Carpa” de Estados Unidos y como escribió un colega en el transcurso del Clásico, “la única diferencia de los cubanos con los big leaguers, son los millones que estos últimos cobra por sus servicios”.
Desde que el béisbol se admitió en el programa de los Juegos Olímpicos, en Barcelona-92, Cuba ha sido el campeón, con la única excepción de la cita de Sydney, Australia en el 2000, cuando cayó en la final frente a un excelente conjunto de Estados Unidos. Otra prueba de que no somos invencibles.
¿Qué es más complicado imponerse frente a equipos formados por jugadores profesionales? Si, no hay dudas de eso. Pero Cuba no solo les gana de forma reiterada a esas novenas con algunos rentados, sino que fue capaz de vencer, claramente, a uno de los tradicionales animadores de las Grandes Ligas de Estados Unidos, como los Orioles de Baltimore. Allá, en su propio cuartel general del estadio Candem Yard.
En series, campeonatos o copas mundiales, Cuba se ha enfrentado 23 veces a Estados Unidos y ha ganado en 20 oportunidades y, ahora, en China Taipei, fue la primera vez que los yanquis discuten una final frente a los tradicionales campeones, por lo que con sus profesionales y todo, la inmensa mayoría de las veces quedaron en el camino.
¿Qué pasó hace pocas horas en China Taipei? Cuba y Estados Unidos, dos excelentes equipos llegaron por sus respectivos grupos hasta la gran final y, a la hora de la verdad, los norteamericanos jugaron mejor y merecieron la victoria. Esa es, en esencia, la pura realidad. Tratar de culpar a algunos jugadores o al director es, en mi opinión, la fracasada manía de buscarle la quinta pata al gato, cuando todos sabemos que solo tiene cuatro.
Si la victoria hubiera sonreído a los nuestros, no hubiera la avalancha de comentarios que se extiende a lo largo y ancho de esta isla mayor de Las Antillas. Estoy plenamente de acuerdo en que esta derrota merece un análisis a fondo, pero igualmente se habría hecho necesario ante un resultado favorable.
¿Qué está pasando con la ofensiva, menguada de manera preocupante durante el actual año? ¿Qué provoca las dolencias en los brazos de algunos de los jóvenes lanzadores, cuyo talento le ha permitido llegar temprano a la preselección nacional?
Creo que estas son preguntas que deben tener respuesta inmediata. No se puede culpar a uno, dos o tres jugadores por la derrota del equipo en un partido aunque sea el decisivo, y mucho menos tratar de convertir al director Rey Vicente Anglada en el chivo expiatorio. El análisis tiene que ir a la raíz de los problemas.
Nuestro deporte en general y la pelota en particular regalan tantos triunfos a este pueblo que nos ha creado una mala costumbre: no admitimos menos que la medalla de oro. Y eso provoca sentimientos de injusticia, porque ganar una presea de cualquier color en un evento internacional tiene un merito extraordinario. ¿Por qué entonces tenemos que arremeter contra un atleta o un equipo que pierde un partido frente a un rival de alto calibre después de ganar 25 títulos, nueve de ellos en forma consecutiva?
De los reveses deben sacarse experiencias; eso es lo que cuenta ahora. Es necesario revisar bien en qué se falló y por qué, corregir el tiro y acometer con nuevos bríos la preparación de cara a los Juegos Olímpicos de Beijing en el próximo verano, para devolver el golpe y obtener la cuarta corona en esas magnas citas.
Los peloteros merecen, por su extraordinaria cadena de victorias, toda la confianza de este pueblo por el cual han derrochado técnica y coraje en todos los continentes. Si cada uno de nosotros reflexiona profundamente, se dará cuenta que se ha perdido una batalla, pero el mundo no se va a acabar por eso.
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