El denominado I Torneo Nacional sub-23 de béisbol cerró sus imaginarias
cortinas con la brillante victoria de los cazadores de Artemisa, en una final
inesperada frente a los toros de Camagüey, equipos que hicieron trizas todos
los pronósticos tras dejar en el camino a los grandes favoritos, Pinar del Río,
La Habana, Villa Clara, Matanzas y Ciego de Ávila, de los cuales solo los dos
últimos pudieron rebasar la fase de clasificación.
Desde mi punto de vista, fue un evento exitoso por la posibilidad de que,
decenas de jóvenes peloteros jóvenes y talentosos, pudieran mostrar sus
cualidades en el diamante quienes, hasta este momento, pasaban meses sin poder
competir, foguearse debidamente, desarrollarse desde el punto de vista
técnico-táctico, sin poder formarse integralmente.
El rescate de un torneo de estas características fue absolutamente positivo,
pero precisamente utilizo la palabra rescate, porque quiero llamar la atención
sobre la primera gran incongruencia de las muchas que se pueden señalar: No es
ese evento ningún descubrimiento, no se trata de que se haya “encontrado el eslabón
perdido” de la cadena del alto rendimiento en el béisbol cubano.
Fiel amante y seguidor durante alrededor de 60 años del béisbol cubano e
internacional, considero que ese eslabón estaba más bien “secuestrado”, luego
de que en las tres últimas ediciones de la primeramente mal llamada Liga de
Desarrollo y luego Campeonato Nacional de Segunda Categoría y por decisión de
la dirección de la pelota en Cuba, los equipos solo podían inscribir jugadores
hasta los 23 años cumplidos.
Aquella fue una decisión sabia, abría el horizonte de los jóvenes talentos,
pero posteriormente se decidió eliminar esa competencia y, otra vez, los
muchachos que terminaban en la categoría juvenil, salvo unos poquitos que
hacían el grado en la selección de la provincia a la Serie Nacional, quedaban “interruptos”,
por decirlo de alguna manera, y perdían las necesarias “horas de vuelo”,
felizmente recuperadas ahora.
Con muchas dificultades, por las comprensibles limitaciones económicas que
tiene el país a causa del bloqueo yanqui, pudo al fin concretarse la idea de
retomar los torneos con jugadores hasta 23 , no sub-23 como se le llama, porque
si se admiten atletas hasta esa edad, debía denominarse sub-24, es decir por
debajo de esos años. Y yo pienso que, con esta disposición, es absolutamente válido
que se rebautice como Liga Cubana de Desarrollo.
Con una estructura nunca antes vista en el béisbol revolucionario, el
evento pudo realizarse. Considero que cumplió sus expectativas, pero es
necesario estudiar la posibilidad de hacerlo en dos zonas independientes:
Occidental (Pinar del Río, La Habana, Artemisa, Mayabeque, Isla de la Juventud,
Matanzas, Cienfuegos y Villa Clara) y Oriental (Sancti Spíritus, Ciego de Ávila,
Camagüey, Las Tunas, Holguín, Granma, Santiago y Guantánamo) Los titulares de
ambos grupos discutirían el título, tal y como se hacía en la antigua Liga de
Desarrollo.
Uno de los elementos más criticados, la falta de calidad de los uniformes y
la presencia de equipos con vestimentas absolutamente similares, también puede
solucionarse como se hacía antes: Los jugadores del conjunto de cada provincia
a la Serie Nacional entregaban uno de sus dos uniformes, sugiero que ahora se
recoja el de local para que, con una inversión mínima, se puedan colocar los
apellidos de los atletas en la espalda. Con ello se ayudaría a una mayor
vistosidad del espectáculo.
Con un calendario de visitas recíprocas dentro de cada zona, se evitaría la
monotonía de cuatro equipos jugando entre sí ocho veces en uno o dos estadios,
lo cual se reflejó, a mi modo de ver, en
la poca afluencia de público en la fase clasificatoria y que no mejoró en la
semifinal, ni siquiera en los partidos que tenían al local Santiago de
protagonista.
Entre los aspectos positivos de este Torneo es preciso destacar la
disciplina, la entrega, la disposición de cada atleta en la defensa de su
camiseta, el surgimiento de noveles lanzadores y ocupantes de otras posiciones,
de condiciones extraordinarias y, sobre todo, el formidable trabajo de los
árbitros, muchos de ellos de nueva promoción, quienes fueron muy acertados en
sus decisiones y además de imponer su autoridad de la mejor manera,
contribuyeron a la agilización de los juegos que, en algunos casos, terminaron
en tiempo récord, ejemplo que debía servir para que los encuentros en la Serie
Nacional dejen de ser excesivamente largos.
Este campeonato de desarrollo regresó y es preciso que se quede, que se
mantenga y se mejore en su organización para bien de la pelota cubana, pero
como evento independiente, como Liga de Verano, previa a nuestra invernal Serie
Nacional, como un espectáculo más para nuestro pueblo en las jornadas estivales,
con toda la divulgación que merece por radio, televisión y la prensa escrita y
digital, una oferta de gran aceptación en la etapa vacacional.
No estoy de acuerdo con las sugerencias de que este Torneo se haga paralelo
a la Serie Nacional. Estas son mis razones: a) Volveríamos a la total falta de
información, de transmisión por radio, televisión y otros medios que estarían
concentrados en el principal espectáculo del país, como sucedió con el
surgimiento de la Liga de Desarrollo, b) Cuando se produzcan las altas y bajas
por parte de los equipos de las provincias, los jugadores de 25, 30 ó más años
que no rindan se irían a su “sucursal” y eso atentaría contra la esencia del
desarrollo y dejaría de ser un evento hasta 23.
Trabajar duro, escuchar sugerencias, buscar las variantes más factibles en
concordancia con nuestras limitaciones económicas, debieran ser los objetivos de
la Comisión de Béisbol en Cuba, para que la Liga de Desarrollo se mantenga en
el período previo a la Serie Nacional, sea cada vez más atractiva,
cualitativamente superior y se convierta en la fragua donde se forjen los
peloteros capaces de mantener el prestigio de un deporte que constituye no solo
la pasión del pueblo, sino que es parte indisoluble de nuestra identidad como
nación.
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