Desde que se jugó por primera vez de manera oficial, allá por el año 1898, el béisbol en Las Tunas tuvo muchos terrenos, en los cuales se practicó de manera sistemática, pero de acuerdo con acucioso investigador, el abogado Luis Galano Torres, el estadio pionero de la actual capital provincial, fue la Glorieta San Carlos.
El estadio, construido por iniciativa del comerciante Gabriel Rodríguez, quedó listo en los últimos años de la década del 20 del pasado siglo en terrenos de la finca La Concordia, propiedad del norteamericano Charles Milligan, quien donó el espacio para que se utilizara con esos fines.
La mencionada finca se extendía por lo que fue después el reparto Buenavista y el área que ocupaba el estadio se ubicaba en lo que es hoy la esquina de la avenida Camilo Cienfuegos y la calle Eddy Martínez, específicamente donde está el establecimiento comercial conocido por La Blanquita.
La Glorieta, que se bautizó con el nombre de San Carlos en honor al yanqui que donó las tierras, estaba cercada de costaneras y tenía una tribuna o grada de madera y techo de zinc, con capacidad para unas mil personas.
En este terreno se efectuaron muchos partidos importantes para el béisbol tunero y de localidades cercanas, incluido el choque decisivo por la llamada Copa Aldana, un popular torneo de la época, en el que se enfrentaron las novenas de Puerto Padre y Manatí.
La Copa quedó en poder de la selección puertopadrense, porque su astro derecho, Eleodoro “Yoyo” Díaz, estrella por muchos años en la Liga de Color de Estados Unidos; superó en memorable duelo a otro de los grandes lanzadores de la época, Alcibíades Palma.
También se registra en la memoria de la pelota tunera, el partido celebrado en ese propio estadio, entre la escuadra local y el trabuco formado por los mejores jugadores de los centrales Delicias (Antonio Guiteras) y Chaparra (Jesús Menéndez).
Beto Ramírez, pítcher estrella de la localidad lanzó una espesa lechada, cuando silenció a toleteros reconocidos de la época como el receptor conocido por Nerón, el inicialista Guito Echavarría, el antesalista Arango y los norteamericanos que se desempeñaban en la Liga de Color, Dixon y Lundy.
La glorieta San Carlos, protagonista de una época remota en la historia del béisbol tunero, tuvo un final trágico: todas las instalaciones fueron destruidas en 1932, por el paso del devastador fenómeno meteorológico, registrado en la memoria como el Ciclón de Santa Cruz.
El estadio, construido por iniciativa del comerciante Gabriel Rodríguez, quedó listo en los últimos años de la década del 20 del pasado siglo en terrenos de la finca La Concordia, propiedad del norteamericano Charles Milligan, quien donó el espacio para que se utilizara con esos fines.
La mencionada finca se extendía por lo que fue después el reparto Buenavista y el área que ocupaba el estadio se ubicaba en lo que es hoy la esquina de la avenida Camilo Cienfuegos y la calle Eddy Martínez, específicamente donde está el establecimiento comercial conocido por La Blanquita.
La Glorieta, que se bautizó con el nombre de San Carlos en honor al yanqui que donó las tierras, estaba cercada de costaneras y tenía una tribuna o grada de madera y techo de zinc, con capacidad para unas mil personas.
En este terreno se efectuaron muchos partidos importantes para el béisbol tunero y de localidades cercanas, incluido el choque decisivo por la llamada Copa Aldana, un popular torneo de la época, en el que se enfrentaron las novenas de Puerto Padre y Manatí.
La Copa quedó en poder de la selección puertopadrense, porque su astro derecho, Eleodoro “Yoyo” Díaz, estrella por muchos años en la Liga de Color de Estados Unidos; superó en memorable duelo a otro de los grandes lanzadores de la época, Alcibíades Palma.
También se registra en la memoria de la pelota tunera, el partido celebrado en ese propio estadio, entre la escuadra local y el trabuco formado por los mejores jugadores de los centrales Delicias (Antonio Guiteras) y Chaparra (Jesús Menéndez).
Beto Ramírez, pítcher estrella de la localidad lanzó una espesa lechada, cuando silenció a toleteros reconocidos de la época como el receptor conocido por Nerón, el inicialista Guito Echavarría, el antesalista Arango y los norteamericanos que se desempeñaban en la Liga de Color, Dixon y Lundy.
La glorieta San Carlos, protagonista de una época remota en la historia del béisbol tunero, tuvo un final trágico: todas las instalaciones fueron destruidas en 1932, por el paso del devastador fenómeno meteorológico, registrado en la memoria como el Ciclón de Santa Cruz.
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