Recuerdos de Navidad
El pueblo cubano lleva más de una semana celebrando las navidades y el advenimiento del nuevo año 2010 y con el motivo fundamental de saludar con alegría y optimismo el aniversario 51 del triunfo de la Revolución.
En medio de las fiestas, con participación de “todo el pueblo”, así entrecomillado porque antes de la Revolución eran muchos, yo diría que demasiados, los que no tenían posibilidades de consumir una cena mínima, empantanados en una miseria terrible; recordaba cómo fueron estos días en mi familia.
Mi casa paterna podía considerarse privilegiada, porque mi viejo era trabajador de los Ferrocarriles de Cuba y percibía un salario alto para aquellos tiempos, unos 118 pesos mensuales, pero que solo daba para garantizar la comida, debido a que se compartía con otros miembros de la familia que no tenían medios de subsistencia y hasta con algunos vecinos a los que se le tenía mucho cariño y consideración.
En ese contexto, en mi hogar, donde hubiera podido existir mucha comodidad en todos los sentidos, no había más que dos camas de hierro, cuatro taburetes en la sala y otros tantos alrededor de la mesa del comedor. Nada de vitrina y escaparate; de piso de cemento, y de ropas y zapatos solo el mínimo indispensable. La cocina de carbón, un pozo que garantizaba el agua necesaria, una letrina y pare de contar; ah, la casa de tablas y guano, con un colgadizo con techo de zinc.
La noche buena y el 31 de diciembre tenían garantizada su tradicional cena, con peras, manzanas, uvas, vino y la habitual variedad de turrones, nacionales e importados, especialmente de España; pero el panorama que había en los alrededores, en el barrio, era realmente deprimente y algunos podían cenar por la solidaridad de unos pocos que teníamos los medios para celebrar.
Cerca de la medianoche de este 31 de diciembre, recorrí una buena parte de los repartos Sosa, Casa Piedra y Buena Vista cuando llevaba la cena que cada año llevo a mi madre. El ambiente era estupendo: cientos de cerdo estaban en sus púas que hacían girar, sobre las humeantes hogueras de carbón, los alegres vecinos.
Había una gran alegría, música por todos lados y de todos los géneros, al compás de la cual bailaban en las salas, en los portales, en los patios, familiares y amigos en espera de la hora en que se iría el 2009 y llegaría el 2010, que se anuncia difícil, complejo, pero el cual se enfrentará con optimismo y la convicción de vencer las dificultades para seguir adelante.
Tantos cerdos por todos lados, me hizo recordar que, en la zona de Casa Piedra donde yo vivía, solo habían “ceremonias de asado” en seis o siete casas y era lógico, porque no pocas veces fui testigo, mientras trataba de buscar unos kilos como limpiabotas en la estación del ferrocarril de Manatí, como los campesinos regresaban a sus predios con la mitad o mas de sus “machos” por no aparecer compradores, pese a que un ejemplar bueno para asar no costaba más de cinco o seis pesos.
Nada, amigos míos, que creyentes y no creyentes, religiosos activos o aquellos muy cristianos pero que no asisten a los tempos y ateos absolutos, todos los cubanos de Cuba; disfrutan por igual de la navidad y el fin de año, con mucha comida, bebida y satisfacción por el cumplimiento de las tareas cotidianas en busca siempre de un futuro mejor.
En estos días de alegría, de reunión familiar, de fiesta compartida con amigos y vecinos; me place enviarles a todos quienes me hacen el honor de visitar mi modesto sitio en Internet, una felicitación sincera, el deseo de que la pasen de maravillas y de que el nuevo año 2010 sea venturoso y próspero en todos los sentidos.
¡Felicidades, amigos!
El pueblo cubano lleva más de una semana celebrando las navidades y el advenimiento del nuevo año 2010 y con el motivo fundamental de saludar con alegría y optimismo el aniversario 51 del triunfo de la Revolución.
En medio de las fiestas, con participación de “todo el pueblo”, así entrecomillado porque antes de la Revolución eran muchos, yo diría que demasiados, los que no tenían posibilidades de consumir una cena mínima, empantanados en una miseria terrible; recordaba cómo fueron estos días en mi familia.
Mi casa paterna podía considerarse privilegiada, porque mi viejo era trabajador de los Ferrocarriles de Cuba y percibía un salario alto para aquellos tiempos, unos 118 pesos mensuales, pero que solo daba para garantizar la comida, debido a que se compartía con otros miembros de la familia que no tenían medios de subsistencia y hasta con algunos vecinos a los que se le tenía mucho cariño y consideración.
En ese contexto, en mi hogar, donde hubiera podido existir mucha comodidad en todos los sentidos, no había más que dos camas de hierro, cuatro taburetes en la sala y otros tantos alrededor de la mesa del comedor. Nada de vitrina y escaparate; de piso de cemento, y de ropas y zapatos solo el mínimo indispensable. La cocina de carbón, un pozo que garantizaba el agua necesaria, una letrina y pare de contar; ah, la casa de tablas y guano, con un colgadizo con techo de zinc.
La noche buena y el 31 de diciembre tenían garantizada su tradicional cena, con peras, manzanas, uvas, vino y la habitual variedad de turrones, nacionales e importados, especialmente de España; pero el panorama que había en los alrededores, en el barrio, era realmente deprimente y algunos podían cenar por la solidaridad de unos pocos que teníamos los medios para celebrar.
Cerca de la medianoche de este 31 de diciembre, recorrí una buena parte de los repartos Sosa, Casa Piedra y Buena Vista cuando llevaba la cena que cada año llevo a mi madre. El ambiente era estupendo: cientos de cerdo estaban en sus púas que hacían girar, sobre las humeantes hogueras de carbón, los alegres vecinos.
Había una gran alegría, música por todos lados y de todos los géneros, al compás de la cual bailaban en las salas, en los portales, en los patios, familiares y amigos en espera de la hora en que se iría el 2009 y llegaría el 2010, que se anuncia difícil, complejo, pero el cual se enfrentará con optimismo y la convicción de vencer las dificultades para seguir adelante.
Tantos cerdos por todos lados, me hizo recordar que, en la zona de Casa Piedra donde yo vivía, solo habían “ceremonias de asado” en seis o siete casas y era lógico, porque no pocas veces fui testigo, mientras trataba de buscar unos kilos como limpiabotas en la estación del ferrocarril de Manatí, como los campesinos regresaban a sus predios con la mitad o mas de sus “machos” por no aparecer compradores, pese a que un ejemplar bueno para asar no costaba más de cinco o seis pesos.
Nada, amigos míos, que creyentes y no creyentes, religiosos activos o aquellos muy cristianos pero que no asisten a los tempos y ateos absolutos, todos los cubanos de Cuba; disfrutan por igual de la navidad y el fin de año, con mucha comida, bebida y satisfacción por el cumplimiento de las tareas cotidianas en busca siempre de un futuro mejor.
En estos días de alegría, de reunión familiar, de fiesta compartida con amigos y vecinos; me place enviarles a todos quienes me hacen el honor de visitar mi modesto sitio en Internet, una felicitación sincera, el deseo de que la pasen de maravillas y de que el nuevo año 2010 sea venturoso y próspero en todos los sentidos.
¡Felicidades, amigos!
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