Fundadores de la MNR
Un “pichón” de miliciano
El 9 de octubre de 1959 había cumplido 17 años de edad y, como estaba de visita en la casa de una tía en Guanabacoa, participé en el acto de la terraza norte del Palacio Presidencial el día 26, cuando el Comandante Camilo Cienfuegos pronunció el que fuera su último discurso, y constituyó la fecha fundacional de las Milicias Nacionales Revolucionarias.
En medio de la efervescencia patriótica que se respiraba en la capital, regresé a mi hogar en la entonces ciudad de Victoria de Las Tunas, en Oriente, donde encontré un ambiente similar, por lo que secundé a mi padre en la incorporación a las nacientes Milicias, aunque allí me trataron como a una especie de mascota.
Recuerdo que mis compañeros me llamaban “pichón de miliciano”, porque existía cierta incredulidad por mis declarados 17 años, debido a que era un muchacho enfermizo, de baja estatura y tan delgadito que no rebasaba las 70 libras de peso. No obstante, no faltaba un día a las prácticas y logré respeto y cariño entre mis mayores.
Claro que no fui el único adolescente que se alistó en aquella genuina fuerza de pueblo y, por supuesto, nos unimos para demostrar que estábamos aptos para cumplir todas las tareas asignadas, a la par de los adultos más curtidos.
Con la llegada de 1960, los muchachos de nuestra edad centramos el trabajo en la fundación de la Asociación de Jóvenes Rebeldes, en la cual trabajé de instructor y posteriormente como secretario de deportes en la Dirección Municipal, encabezada por Ramiro León y asesorada por Raúl Jáuregui, oficial enviado por el Ministerio de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (MINFAR), para encauzar el quehacer de la naciente organización.
En enero de 1961 y recién abierta la Campaña de Alfabetización, comencé mi vida laboral, de oficinista en el tejar Simpatía, cercano al central Guillermo Moncada (Constancia A), de la región de Cienfuegos, antigua provincia de Las Villas, gracias a la gestión de mi primo Rafael Galiano Batista, administrador de aquella unidad, perteneciente a la zona de desarrollo agrario LV-15 del INRA, a caro del Comandante Félix Duque.
Apenas me incorporé a ese trabajo, formé parte del destacamento de milicianos del lugar y fundé la organización de base de la Asociación de Jóvenes Rebeldes. Por ese entonces, toda la zona de la Ciénaga de Zapata, estaba incluida en el territorio de la antigua provincia de Las Villas.
Fueron muchas las misiones que cumplí en mi carácter de miliciano, pero hay dos que me marcaron por su importancia en la historia de la defensa de nuestra Revolución y ocurridas cuando apenas rebasaba los 20 años de edad: la invasión mercenaria por la Bahía de Cochinos, el 17 de abril de 1961 y la Crisis de los Cohetes, en octubre de 1962.
Desde el 15 de abril de 1961, tras el bombardeo a los aeropuertos, nuestro pequeño destacamento se declaró en zafarrancho de combate, por orientación del jefe de la milicia en el central Guillermo Moncada, el joven Andrés Patiño Vasallo, quien después de ocupar cargos de dirección en el Partido Comunista de Cuba, incluido el Buró Ejecutivo del Territorio Tunas; falleció en un accidente de tránsito, cuando laboraba en la provincia de Ciego de Ávila.
Encargado de defender toda el área del barrio de Simpatía, nuestro destacamento miliciano se mantuvo en permanente vigilia y atento a las informaciones sobre los combates que se libraban en la zona de Playa Girón y Playa Larga, situada a unos 40 kilómetros, ciénaga por medio.
Saltamos de alegría y orgullo revolucionario cuando, el día 19, se hizo el anunció oficial de la victoria sobre los mercenarios al servicio del imperio; pero no sospechábamos que, unas horas después, tendríamos una parte de protagonismo en aquella extraordinaria gesta del pueblo cubano.
Serían aproximadamente las 8:00 de la noche del 20 de abril, cuando llegó al cuartelito de la Milicia, a todo correr, Manuel Prieto, uno de los operadores de la quema de los hornos, donde se daba terminación a las tejas francesas, los ladrillos y los bloques aligerados que producía el tejar Simpatía.
Jadeante por el esfuerzo, Prieto informó de un hombre sospechoso, vestido de campesino que había pasado por su casa, distante unos dos kilómetros al sur. De inmediato se adoptaron las medidas y pocos minutos después llegaba el individuo con un saco de yute al hombro.
Aquel supuesto campesino que decía ser cortador de leña en los montes situados entre Simpatía y Juraguá, no pudo sostener su falsa historia y terminó por confesar que era hijo de un terrateniente de Camagüey, integrante del batallón de paracaidistas en la brigada mercenaria. Dijo que lo habían ayudado, sin especificar quienes le suministraron datos sobre la ciudad de Cienfuegos; la ropa, los zapatos y un hacha para aparentar la fachada de cortador de leña que, supuestamente, le serviría para escapar del cerco establecido en toda la ciénaga.
El otro momento significativo ocurrió en 1962. Fui seleccionado para asistir al primer curso de un año en la escuela nacional de Administración Javier Rodríguez Barreto del entonces Ministerio de Obras Públicas (MINOP), ubicada en la llamada Ciudad de la Construcción del reparto Altahabana.
Las clases comenzaron en los primeros días de septiembre y las agresiones enemigas se incrementaban de manera significativa, hasta que llegaron a provocar el momento que la historia recoge como La Crisis de Octubre.
La escuela nos liberó para que cada quien se incorporara a su batallón de Milicias, por lo que, a mediados de mes, cuando acababa de cumplir los 20 años de edad, ya estaba con mis compañeros de armas, atrincherado en las arenas de la costa sur, en Juraguá, cerca del lugar donde después se inició la construcción de la central electronuclear de Cienfuegos.
En medio de las tensiones propias de enfrentar una posible agresión directa de los Estados Unidos, pasaron 36 días, hasta que se ordenó la desmovilización de los milicianos. Partimos en una caravana de camiones hacia la ciudad de Cienfuegos, en un recorrido inolvidable, porque durante el trayecto fuimos vitoreados y el pueblo nos lanzaba flores de muchos colores y fragancias.
El acto oficial de desmovilización se efectuó en el parque José Martí, en el corazón del centro histórico de la bien llamada Perla del Sur. Con las tantas flores que acumulé en el camino, había armado un gran ramo multicolor; ya de retirada, una anciana abrazaba a los milicianos efusivamente; se acercó a mi y me estrechó con fuerza, luego de estamparme un beso en la mejilla; la separé suavemente, devolví el beso y le entregué las flores a quien se me antojó una genuina representación de la mujer cubana.
De regreso a mi escuela, debuté en el mundo del periodismo: nació una publicación mensual que llevó el nombre de Construye, para la cual me designaron de jefe de redacción. Desde aquel momento no he abandonado este noble oficio, al que me incorporé, profesionalmente, en enero de 1967.
Hoy, 51 años después, ya jubilado, pero no retirado; albergo en mi mente y en mi corazón, el orgullo y la satisfacción de contarme entre los pioneros de la fuerza popular que defendió, defiende y defenderá su Revolución, al precio que sea necesario.
Un “pichón” de miliciano
El 9 de octubre de 1959 había cumplido 17 años de edad y, como estaba de visita en la casa de una tía en Guanabacoa, participé en el acto de la terraza norte del Palacio Presidencial el día 26, cuando el Comandante Camilo Cienfuegos pronunció el que fuera su último discurso, y constituyó la fecha fundacional de las Milicias Nacionales Revolucionarias.
En medio de la efervescencia patriótica que se respiraba en la capital, regresé a mi hogar en la entonces ciudad de Victoria de Las Tunas, en Oriente, donde encontré un ambiente similar, por lo que secundé a mi padre en la incorporación a las nacientes Milicias, aunque allí me trataron como a una especie de mascota.
Recuerdo que mis compañeros me llamaban “pichón de miliciano”, porque existía cierta incredulidad por mis declarados 17 años, debido a que era un muchacho enfermizo, de baja estatura y tan delgadito que no rebasaba las 70 libras de peso. No obstante, no faltaba un día a las prácticas y logré respeto y cariño entre mis mayores.
Claro que no fui el único adolescente que se alistó en aquella genuina fuerza de pueblo y, por supuesto, nos unimos para demostrar que estábamos aptos para cumplir todas las tareas asignadas, a la par de los adultos más curtidos.
Con la llegada de 1960, los muchachos de nuestra edad centramos el trabajo en la fundación de la Asociación de Jóvenes Rebeldes, en la cual trabajé de instructor y posteriormente como secretario de deportes en la Dirección Municipal, encabezada por Ramiro León y asesorada por Raúl Jáuregui, oficial enviado por el Ministerio de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (MINFAR), para encauzar el quehacer de la naciente organización.
En enero de 1961 y recién abierta la Campaña de Alfabetización, comencé mi vida laboral, de oficinista en el tejar Simpatía, cercano al central Guillermo Moncada (Constancia A), de la región de Cienfuegos, antigua provincia de Las Villas, gracias a la gestión de mi primo Rafael Galiano Batista, administrador de aquella unidad, perteneciente a la zona de desarrollo agrario LV-15 del INRA, a caro del Comandante Félix Duque.
Apenas me incorporé a ese trabajo, formé parte del destacamento de milicianos del lugar y fundé la organización de base de la Asociación de Jóvenes Rebeldes. Por ese entonces, toda la zona de la Ciénaga de Zapata, estaba incluida en el territorio de la antigua provincia de Las Villas.
Fueron muchas las misiones que cumplí en mi carácter de miliciano, pero hay dos que me marcaron por su importancia en la historia de la defensa de nuestra Revolución y ocurridas cuando apenas rebasaba los 20 años de edad: la invasión mercenaria por la Bahía de Cochinos, el 17 de abril de 1961 y la Crisis de los Cohetes, en octubre de 1962.
Desde el 15 de abril de 1961, tras el bombardeo a los aeropuertos, nuestro pequeño destacamento se declaró en zafarrancho de combate, por orientación del jefe de la milicia en el central Guillermo Moncada, el joven Andrés Patiño Vasallo, quien después de ocupar cargos de dirección en el Partido Comunista de Cuba, incluido el Buró Ejecutivo del Territorio Tunas; falleció en un accidente de tránsito, cuando laboraba en la provincia de Ciego de Ávila.
Encargado de defender toda el área del barrio de Simpatía, nuestro destacamento miliciano se mantuvo en permanente vigilia y atento a las informaciones sobre los combates que se libraban en la zona de Playa Girón y Playa Larga, situada a unos 40 kilómetros, ciénaga por medio.
Saltamos de alegría y orgullo revolucionario cuando, el día 19, se hizo el anunció oficial de la victoria sobre los mercenarios al servicio del imperio; pero no sospechábamos que, unas horas después, tendríamos una parte de protagonismo en aquella extraordinaria gesta del pueblo cubano.
Serían aproximadamente las 8:00 de la noche del 20 de abril, cuando llegó al cuartelito de la Milicia, a todo correr, Manuel Prieto, uno de los operadores de la quema de los hornos, donde se daba terminación a las tejas francesas, los ladrillos y los bloques aligerados que producía el tejar Simpatía.
Jadeante por el esfuerzo, Prieto informó de un hombre sospechoso, vestido de campesino que había pasado por su casa, distante unos dos kilómetros al sur. De inmediato se adoptaron las medidas y pocos minutos después llegaba el individuo con un saco de yute al hombro.
Aquel supuesto campesino que decía ser cortador de leña en los montes situados entre Simpatía y Juraguá, no pudo sostener su falsa historia y terminó por confesar que era hijo de un terrateniente de Camagüey, integrante del batallón de paracaidistas en la brigada mercenaria. Dijo que lo habían ayudado, sin especificar quienes le suministraron datos sobre la ciudad de Cienfuegos; la ropa, los zapatos y un hacha para aparentar la fachada de cortador de leña que, supuestamente, le serviría para escapar del cerco establecido en toda la ciénaga.
El otro momento significativo ocurrió en 1962. Fui seleccionado para asistir al primer curso de un año en la escuela nacional de Administración Javier Rodríguez Barreto del entonces Ministerio de Obras Públicas (MINOP), ubicada en la llamada Ciudad de la Construcción del reparto Altahabana.
Las clases comenzaron en los primeros días de septiembre y las agresiones enemigas se incrementaban de manera significativa, hasta que llegaron a provocar el momento que la historia recoge como La Crisis de Octubre.
La escuela nos liberó para que cada quien se incorporara a su batallón de Milicias, por lo que, a mediados de mes, cuando acababa de cumplir los 20 años de edad, ya estaba con mis compañeros de armas, atrincherado en las arenas de la costa sur, en Juraguá, cerca del lugar donde después se inició la construcción de la central electronuclear de Cienfuegos.
En medio de las tensiones propias de enfrentar una posible agresión directa de los Estados Unidos, pasaron 36 días, hasta que se ordenó la desmovilización de los milicianos. Partimos en una caravana de camiones hacia la ciudad de Cienfuegos, en un recorrido inolvidable, porque durante el trayecto fuimos vitoreados y el pueblo nos lanzaba flores de muchos colores y fragancias.
El acto oficial de desmovilización se efectuó en el parque José Martí, en el corazón del centro histórico de la bien llamada Perla del Sur. Con las tantas flores que acumulé en el camino, había armado un gran ramo multicolor; ya de retirada, una anciana abrazaba a los milicianos efusivamente; se acercó a mi y me estrechó con fuerza, luego de estamparme un beso en la mejilla; la separé suavemente, devolví el beso y le entregué las flores a quien se me antojó una genuina representación de la mujer cubana.
De regreso a mi escuela, debuté en el mundo del periodismo: nació una publicación mensual que llevó el nombre de Construye, para la cual me designaron de jefe de redacción. Desde aquel momento no he abandonado este noble oficio, al que me incorporé, profesionalmente, en enero de 1967.
Hoy, 51 años después, ya jubilado, pero no retirado; albergo en mi mente y en mi corazón, el orgullo y la satisfacción de contarme entre los pioneros de la fuerza popular que defendió, defiende y defenderá su Revolución, al precio que sea necesario.
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