Este
martes primero de septiembre, una noticia enlutó a la familia beisbolera de Las
Tunas y de Cuba, miles de personas: familiares, amigos, aficionados, sentimos
como el pecho se oprimía al conocer del fallecimiento, a causa de una cruel
enfermedad, de uno de los más grandes lanzadores en la historia de la pelota
cubana, el zurdo Eliécer Velázquez Alonso.
Hijo
mayor del mártir de la Revolución Evelio
Velázquez Pupo y sobrino de otro valiente que entregó su vida por librar al
pueblo del tirano Batista, Ernesto Velázquez Pupo, Eliécer nació en un hogar
humilde, lleno de privaciones que aumentaron con la caída de su progenitor y
provocaron que, aún en la adolescencia, debió trabajar en lo que apareciera
para ayudar al sustento.
Siempre
tuvo buen carácter y formó parte de la generación de muchachos de los repartos
Sosa y Casa Piedra, todos de familias pobres, que compartieron pupitres en la
escuela pública en la cual impartía clases Clara Luz Hevia (Clarita) y los
juegos propios de la edad, especialmente la pelota, la cual tenía como centro
el “cuadro” de la sabana aledaña a la casona que fuera asiento de compañías
norteamericanas de cítricos a principios del siglo 20, en el que surgieron figuras
descollantes del béisbol local.
En
los años de su adolescencia, Eliécer prácticamente no jugaba, pero siempre
acompañaba a los equipos del barrio que realizaban encuentros en pueblos
cercanos o en barrios rurales, en los cuales la pelota era una verdadera
pasión. Me sorprendió que, luego de pasar alrededor de tres años trabajando en
la zona de Cienfuegos, de la antigua provincia de Las Villas, de regreso en
casa conocí que mi amigo el zurdo se había convertido en un excelente lanzador
y ya estaba involucrado en el torneo de la Zona Oriental con la selección
Mineros.
Rápidamente
Eliécer se convirtió en un pítcher de primera línea, hasta debutar en series
nacionales con el equipo Oriente, en el cual fue abridor y comenzó a trazar un
camino que lo llevó a ser considerado entre los tres o cuatro mejores tiradores
cubanos del mal llamado brazo equivocado, sobre todo cuando tiró aquel
extraordinario partido frente a los Azucareros en la campaña número 10 en 1971,
al trabajar durante 17,1 capítulos con empate a una carrera. Al final perdió,
pero ofreció una verdadera disertación de buen pitcheo.
El
zurdo del reparto Sosa se cubrió de gloria en la siguiente contienda, la número
11, en 1972, cuando estableció un récord de 44 escones consecutivos, con el
cual dejó atrás la cota de 42 en poder del capitalino Manuel Hurtado. Eliécer
fue un puntal en el staff del portentoso Mineros de Roberto Ledo que eslabonó
una fabulosa cadena de 27 victorias al hilo, marca que está vigente y será muy
difícil no solo de superar, sino de igualar.
Eliécer
Velázquez, quien realmente extendió su cadena de escones hasta 46,1 porque en
su posterior salida sacó dos capítulos y el primer out del tercero frente a los
Azucareros, hasta que Silvio Montejo le conectó jonrón, debió abandonar el
béisbol activo todavía joven por padecer de reumatismo, el cual le afectó las
piernas al extremo de limitarlo en su vida laboral.
Fue
un serpentinero de control excepcional y en seis series nacionales, lanzó en 71
partidos, 58 de ellos de abridor, completó 20 y relevó 13, con balance de 24
triunfos y 24 reveses, pero lo más significativo es que 13 de sus victorias
fueron por la vía de la lechada, para convertirse en el único lanzador en la
historia de las series nacionales que ha logrado más del 50 por ciento de sus
sonrisas por la vía de los nueve ceros.
La
prueba de su extraordinario control es que en 407,1 innings lanzados solo
regaló 61 bases por bolas, para un portentoso promedio de 0,86 por juego
completo, en tanto que admitió 132 carreras, 91 de ellas limpias para una
excelente efectividad de 2,01 y los bateadores contrarios solo pudieron
conectarle para anémico average de 210.
Más
de una vez, Eliécer Velázquez mereció vestir el uniforme del equipo Cuba, pero
lamentablemente le estamos diciendo adiós sin que pudiera sentir ese orgullo
que es el sueño de todo pelotero de nuestro Verde Caimán Antillano, dispuesto a
defender la enseña tricolor con el único objetivo de ganar medallas y títulos
para su pueblo.
Hoy
despedimos a una gloria indiscutida del béisbol y del deporte cubano, a un
hombre que supo brillar desde la lomita del box con amor, entrega y sencillez
absolutas, que cuidó de la autora de sus días y de sus hermanos, que amó
entrañablemente a su esposa y a su hijo, que por su comportamiento ante la vida
constituye un profundo homenaje a la memoria de su padre y de su tío, al
contribuir a la consolidación de la sociedad justa por la que ellos derramaron
su sangre generosa.
Hasta
siempre, Eliécer, amigo, hermano del alma. No te marchas, te quedas con
nosotros, porque tus hazañas vivirán eternamente en la mente y los corazones de
los que amamos el béisbol. En cada jornada, a grada repleta en tu querido
estadio Julio Antonio Mella, lanzarás junto a quienes seguirán tu ejemplo,
serán tuyas las curvas que concreten ponches y sumen nuevas victorias. Siempre
serás nuestro abridor de lujo. ¡Qué en paz descanses, hermano mío!
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