El jueves 19 de septiembre y en
momentos en que iniciaba la recuperación de una operación de catarata en el ojo
derecho, llegó desde La Habana
un hermano querido, hermano del alma, aunque no de sangre, Noyde Rodríguez
Verdecia (el segundo de derecha a izquierda en la foto), quien decidió dar una vuelta para disfrutar del Carnaval de Las
Tunas-2013.
Por supuesto que Noyde me había
llamado para comunicarme que vendría y sabía que yo estaba convaleciente,
apoyado por mi hermano Luis Orlando, quien se encarga de las tareas domésticas
hasta que terminen mis días de reposo, pero que podía contar con su alojamiento
y atención mientras nos acompañara durante los días de estancia aquí.
Aunque yo no pude acompañarlo en
sus andanzas en el Carnaval, si tuvo un guía perfecto, mi hermano más joven,
Amado, con quien desandó las calles henchidas de fiesta, cervezas, comida y los
desfiles de carrozas, congas y comparsas, claro que sin dejar de “bautizarse”
con los aguaceros que, invariablemente, año por año, caracterizan a las festividades
populares de Las Tunas desde el surgimiento mismo. Se asegura, por tanto, que
para carnavalear en esta ciudad, balcón del Oriente Cubano, es preciso mojarse.
Durante siete días, mi amigo
Noyde estuvo por estos predios: fiestó, visitó a sus familiares aquí en Las
Tunas y en Puerto Padre y al partir nos dejó la nostalgia de su carácter alegre
y sincero, de su cariño que ha perdurado por alrededor de 55 años, desde que
jugábamos pelota juntos en Casa Piedra, cuando éramos muchachos y compartiamos
las andanzas por las plantaciones de mangos, la pesca y el baño en los ríos
cercanos, especialmente de Río Potrero y La Canoa, además de una laguna en lo que fuera una
cantera cercana al pueblo y que para la muchachada era La Playita.
A este hermano siempre me unió
una amistad entrañable y cuando nos dejamos de ver por muchísimos años, luego
de su presencia en la Marina
de Guerra, las Fuerzas Armadas Revolucionarias, sus estudios en la Unión Soviética y las misiones
internacionalistas en Guinea y Angola hasta alcanzar el grado de Teniente
Coronel, el reencuentro, que fue inicialmente a través del teléfono, resultó
extraordinariamente emotivo.
Siempre nos recordamos el uno al
otro y una muestra de cuanto cariño siento por él, es que mi segundo hijo, hoy
especialista de segundo grado en Oncología, lleva por nombre Noyde en homenaje
al amigo querido, al hermano del alma, algo que él considera un honor y que lo
manifiesta con orgullo manifiesto.
Por eso estos días que pasé
acompañado por mi gran amigo Noyde Rodríguez Verdecia, constituyeron un
verdadero bálsamo, una medicina adicional para recuperarme de los males que me
aquejan cuando estoy a solo unos días de cumplir mi 71 aniversario.
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