Lo bueno y lo malo
Una vecina de la calle Lico Cruz, en el tramo cercano al centro histórico de la capital tunera, se me acercó para manifestarme que gustaba de mis trabajos sobre la ciudad, tanto los publicados en el periódico, como aquellos de la radio y la televisión, pero que sentía inconformidad sobre las referencias solo de lo negativo del pasado que, según enfatizó, también tuvo sus “cosas buenas”.
Es evidente que todo en la vida responde a la relatividad. No puede negarse que antes, como ahora, existen elementos positivos y negativos, nada es perfecto, porque el ser humano, principal protagonista del desarrollo social, está muy lejos de serlo.
En eso, seguro que la mayoría está de acuerdo conmigo. Siempre, en cualquier sistema social, y nosotros tratamos de lograr el más justo posible; habrá medidas, leyes y conceptos que beneficiarán más a unos que a otros.
Pero de lo que se trata es de valorar en su justa medida el alcance de un sistema que, como el de Cuba, busca el beneficio de las grandes mayorías, esas que siempre estuvieron excluidas aquí antes del triunfo revolucionario de 1959.
¿Qué había de bueno para los humildes en la Patria de Martí, de Maceo y de Fidel hasta 1958? Si somos honestos y verdaderamente objetivos, tenemos que responder: ¡nada! Una minoría vivía bien, sin privaciones, con todos los privilegios y el derecho a reprimir por diferentes vías a los “revoltosos” que no se conformaban con la miseria absoluta a que estaba condenado el pueblo, ese caracterizado por Fidel en La historia me absolverá.
Voy a referirme a lo que es hoy la provincia de Las Tunas, cuyo triste panorama era, por extensión, el de toda Cuba. ¿ Acaso era bueno que los trabajadores vinculados a la industria azucarera, por ejemplo, tuvieran tres o cuatro meses de zafra al año, para encarar entonces el tristemente celebre tiempo muerto, en el cual se llenaban de deudas que, en muchos casos se hacían impagables?
¿Podía ser bueno para la mayoría del pueblo que los padres de familia estuvieran desempleados en un altísimo porcentaje, que vieran morir a sus hijos por falta de asistencia médica, que no contaran con una escuela donde aprender al menos las primeras letras?
No puede calificarse de tener algo bueno a una sociedad en la que sus futuros ciudadanos deambulaban por las calles descalzos, sin camisa y con un cajón de limpiabotas al hombro, de vendedor ambulante o en la degradante pose de limosnero.
Considero que no es ocioso recordar cómo se enriquecían los politiqueros con el robo descarado del erario público, como engañaban al pueblo con su famoso slogan de “agua, caminos y escuelas”. Esos mismos pillos eran los que acumulaban votos gracias a las cédulas que exigían a los infelices a cambio del ingreso en un hospital supuestamente público.
¿Cómo podríamos calificar de bueno el hacinamiento en bohios de piso de tierra de las familias campesinas y en las chozas que servían de precario abrigo a quienes habitaban en las ciudades; sin acueducto, sin alcantarillado, muchas sin servicio de electricidad, privadas de las mínimas condiciones higiénico-sanitarias?
En la entonces ciudad de Victoria de Las Tunas, con apenas unos 38 mil habitantes, sin industrias, sin fuentes de trabajo; donde pululaban los vendedores ambulantes y los pordioseros, ¿cuántas viviendas con cubierta de hormigón existían? Estoy seguro de que no llegaban al 10 por ciento de las existentes, porque hasta familias adineradas vivían en residencias con techo de tejas o del sistema de entablado, mortero y sellado a base de panetelas de barro.
La actual capital de la provincia de Las Tunas estaba cuajada de casas de tablas, en algunos casos de palma; yagua y guano; unas pocas de techo de zinc o tejas criollas y la mayoría con piso de tierra. Había moradas con piso de cemento, pero eran minoría y ni hablar de las escasas que exhibían mosaicos. Las letrinas reinaban frente a las fosas, presentes fundamentalmente en la zona céntrica de la ciudad.
¿Las cosas buenas? No soy absoluto, podría haberlas; pero la mayoría del pueblo no las conoció y mucho menos alcanzó a disfrutarlas. Esa es la verdad, relativa por supuesto, porque siempre habrá quien tenga otra, la suya.
Reitero que nuestra sociedad no es perfecta, pero es más justa porque busca el bienestar de la mayoría. Existen problemas, hay muchas cosas que deben perfeccionarse, necesitamos avanzar en la organización de la economía, lastrada por el criminal bloqueo yanqui; pero los esfuerzos están encaminados a lograr una Patria con todos y para el bien de todos.
Aunque parezca simplista: este periodista fue limpiabotas y recorrió las calles de esta ciudad, sin zapatos, como vendedor ambulante de todo lo posible antes de 1959; lloraba porque no podía estudiar, ¡qué malo! Llegó la Revolución y tuvo trabajo y estudios hasta graduarse en la Universidad, ¡qué bueno! Millones de cubanos podrían decir lo mismo.
Por eso, amiga y amigo lectores, en toda sociedad encontramos cosas buenas y malas, pero reflexionen conmigo y llegaremos a la conclusión de que la mejor es aquella que beneficia a la mayoría. Esa es, para suerte nuestra, la que reina en Cuba por decisión soberana de su pueblo.
Una vecina de la calle Lico Cruz, en el tramo cercano al centro histórico de la capital tunera, se me acercó para manifestarme que gustaba de mis trabajos sobre la ciudad, tanto los publicados en el periódico, como aquellos de la radio y la televisión, pero que sentía inconformidad sobre las referencias solo de lo negativo del pasado que, según enfatizó, también tuvo sus “cosas buenas”.
Es evidente que todo en la vida responde a la relatividad. No puede negarse que antes, como ahora, existen elementos positivos y negativos, nada es perfecto, porque el ser humano, principal protagonista del desarrollo social, está muy lejos de serlo.
En eso, seguro que la mayoría está de acuerdo conmigo. Siempre, en cualquier sistema social, y nosotros tratamos de lograr el más justo posible; habrá medidas, leyes y conceptos que beneficiarán más a unos que a otros.
Pero de lo que se trata es de valorar en su justa medida el alcance de un sistema que, como el de Cuba, busca el beneficio de las grandes mayorías, esas que siempre estuvieron excluidas aquí antes del triunfo revolucionario de 1959.
¿Qué había de bueno para los humildes en la Patria de Martí, de Maceo y de Fidel hasta 1958? Si somos honestos y verdaderamente objetivos, tenemos que responder: ¡nada! Una minoría vivía bien, sin privaciones, con todos los privilegios y el derecho a reprimir por diferentes vías a los “revoltosos” que no se conformaban con la miseria absoluta a que estaba condenado el pueblo, ese caracterizado por Fidel en La historia me absolverá.
Voy a referirme a lo que es hoy la provincia de Las Tunas, cuyo triste panorama era, por extensión, el de toda Cuba. ¿ Acaso era bueno que los trabajadores vinculados a la industria azucarera, por ejemplo, tuvieran tres o cuatro meses de zafra al año, para encarar entonces el tristemente celebre tiempo muerto, en el cual se llenaban de deudas que, en muchos casos se hacían impagables?
¿Podía ser bueno para la mayoría del pueblo que los padres de familia estuvieran desempleados en un altísimo porcentaje, que vieran morir a sus hijos por falta de asistencia médica, que no contaran con una escuela donde aprender al menos las primeras letras?
No puede calificarse de tener algo bueno a una sociedad en la que sus futuros ciudadanos deambulaban por las calles descalzos, sin camisa y con un cajón de limpiabotas al hombro, de vendedor ambulante o en la degradante pose de limosnero.
Considero que no es ocioso recordar cómo se enriquecían los politiqueros con el robo descarado del erario público, como engañaban al pueblo con su famoso slogan de “agua, caminos y escuelas”. Esos mismos pillos eran los que acumulaban votos gracias a las cédulas que exigían a los infelices a cambio del ingreso en un hospital supuestamente público.
¿Cómo podríamos calificar de bueno el hacinamiento en bohios de piso de tierra de las familias campesinas y en las chozas que servían de precario abrigo a quienes habitaban en las ciudades; sin acueducto, sin alcantarillado, muchas sin servicio de electricidad, privadas de las mínimas condiciones higiénico-sanitarias?
En la entonces ciudad de Victoria de Las Tunas, con apenas unos 38 mil habitantes, sin industrias, sin fuentes de trabajo; donde pululaban los vendedores ambulantes y los pordioseros, ¿cuántas viviendas con cubierta de hormigón existían? Estoy seguro de que no llegaban al 10 por ciento de las existentes, porque hasta familias adineradas vivían en residencias con techo de tejas o del sistema de entablado, mortero y sellado a base de panetelas de barro.
La actual capital de la provincia de Las Tunas estaba cuajada de casas de tablas, en algunos casos de palma; yagua y guano; unas pocas de techo de zinc o tejas criollas y la mayoría con piso de tierra. Había moradas con piso de cemento, pero eran minoría y ni hablar de las escasas que exhibían mosaicos. Las letrinas reinaban frente a las fosas, presentes fundamentalmente en la zona céntrica de la ciudad.
¿Las cosas buenas? No soy absoluto, podría haberlas; pero la mayoría del pueblo no las conoció y mucho menos alcanzó a disfrutarlas. Esa es la verdad, relativa por supuesto, porque siempre habrá quien tenga otra, la suya.
Reitero que nuestra sociedad no es perfecta, pero es más justa porque busca el bienestar de la mayoría. Existen problemas, hay muchas cosas que deben perfeccionarse, necesitamos avanzar en la organización de la economía, lastrada por el criminal bloqueo yanqui; pero los esfuerzos están encaminados a lograr una Patria con todos y para el bien de todos.
Aunque parezca simplista: este periodista fue limpiabotas y recorrió las calles de esta ciudad, sin zapatos, como vendedor ambulante de todo lo posible antes de 1959; lloraba porque no podía estudiar, ¡qué malo! Llegó la Revolución y tuvo trabajo y estudios hasta graduarse en la Universidad, ¡qué bueno! Millones de cubanos podrían decir lo mismo.
Por eso, amiga y amigo lectores, en toda sociedad encontramos cosas buenas y malas, pero reflexionen conmigo y llegaremos a la conclusión de que la mejor es aquella que beneficia a la mayoría. Esa es, para suerte nuestra, la que reina en Cuba por decisión soberana de su pueblo.
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