Batalla de Palo Seco
El “Granma” de Máximo Gómez
En plena campaña dentro de la manigua redentora y 83 años antes del desembarco del yate Granma, el 2 de diciembre de 1873, Máximo Gómez, el Generalísimo, protagonizó una de sus tantas hazañas en la Guerra del 68, cuando destrozó una numerosa columna española en la sabana de Palo Seco, actual municipio de Jobabo.
Aquella batalla histórica, en la cual se puso de manifiesto el talento militar del valiente dominicano, evitó que un valioso botín de guerra cayera en manos enemigas y que el mismo reforzara el menguado arsenal de las tropas mambisas.
El antecedente del hecho es el asalto al fuerte de la zanja, en el propio territorio jobabense, por parte de las tropas del Mayor General Vicente García. El botín fue escondido en la zona de Guaramanao, pero trasladado posteriormente a otro sitio, por razones de seguridad.
Las columnas españolas que operaban en la zona conocieron de la existencia del arsenal e intentaron apoderarse del mismo cuando sorprendieron a Joaquín Reyes, uno de los exploradores de Vicente García a quien amenazaron con la horca si no los conducía al lugar.
Reyes utilizó entonces una maniobra dilatoria y condujo a los colonialistas hacia el sitio donde se habían escondido las armas originalmente. Ese movimiento de tropas alertó a una de las confidentes mambisas, conocida por la señorita Ramos, quien se trasladó a Guáimaro para alertar a Máximo Gómez, inmerso en el sitio al histórico poblado camagüeyano.
Ante la posibilidad de perder semejante botín, Gómez suspendió la operación sobre Guáimaro y arengó a la tropa en los siguientes términos: “Soldados, una columna enemiga bastante fuerte ha salido a tomar un depósito de parque que guarda el General Vicente García y nuestro honor está comprometido, si a toda costa no evitamos esa desgracia.”
El violento choque de las fuerzas mambisas contra las españolas ocurrió en la sabana de Palo Seco. En poco tiempo se generalizó el combate y, entonces, por orden de Gómez, el teniente coronel Baldomero Rodríguez fingió una retirada hacia donde estaba emboscado el grueso de las huestes libertarias.
Los españoles cayeron en la trampa y el enfrentamiento alcanzó una dimensión extraordinaria, por lo que el área entre el escenario principal y el lugar conocido por San Rafael, estaba cubierta de cadáveres.
Pocos efectivos colonialistas pudieron escapar hacia San Rafael, con uno de sus jefes al frente, el comandante Mariategui; pero hasta allá los persiguió Baldomero Rodríguez con sus hombres, que asaltaron las trincheras enemigas para obligarlos a la rendición incondicional.
El combate fue una de las más extraordinarias muestras de la capacidad táctica del General en Jefe del Ejército Libertador. Fue destrozada una columna enemiga de 600 hombres, 510 de los cuales quedaron en el campo, incluido su jefe, el teniente coronel Vilches, y 53 cayeron prisioneros.
A pesar de lo encarnizado de la lucha frontal, la parte cubana solo tuvo 20 bajas en total, entre ellos 17 heridos de alguna gravedad, incluido el coronel Gregorio Benítez y la pérdida definitiva del valiente soldado de la escolta de Gómez, Juan Rodríguez y otros dos combatientes de la infantería.
La bravura e inteligencia de estos hombres, a quienes no pudo doblegar la traición de la Paz del Zanjón; que se incorporaron a la Guerra Necesaria organizada por Martí en 1895, que no aceptaron nunca la “independencia” a lo yanqui, proclamada el 20 de mayo de 1902; es la misma que sostiene a nuestro pueblo hoy y que lo hace invencible ante las pretensiones de los enemigos del pasado, el presente y el futuro.
Fuente: Vicente García, Leyenda y realidad, de Víctor Manuel Marrero Zaldívar, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1992.
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