Mis recuerdos de Chibás
Ayer se cumplieron 100 años del natalicio de uno de los hombres más justos y dignos en la historia republicana de Cuba. Desde que comencé a tener conciencia de lo que me rodeaba, escuché a mis padres, a otros familiares y a vecinos de respeto, reconocer en Eduardo R. Chibás al candidato del pueblo en las siguientes elecciones presidenciales.
Con solo unos nueve años de edad supe de la existencia del Partido del Pueblo Cubano (Ortodoxo) y que mis viejos que habían sido engañados como otros tantos cubanos por el falso autenticismo del doctor Ramón Grau San Martín, defendían el lema de Vergüenza contra dinero y enarbolaban la escoba, símbolo de cómo se barrería con toda la caterva de ladrones entronizados en los puestos claves de los desgobiernos de turno.
El pueblo de Cuba rompió con todo aquel cuento de que el llamado Partido Revolucionario Cubano era el auténtico fundado por el Héroe Nacional José Martí y se alineó junto a Chibás, un santiaguero que se incorporó a la lucha desde los tristes años en que la Revolución del 30 se fue a bolina, al decir del inolvidable Canciller de la Dignidad Raúl Roa García.
Recuerdo como todos en el barrio iban para mi casa y se reunían alrededor del radio de baterías que compró mi padre, para escuchar la voz de Chibás en sus valientes denuncias del robo y la corrupción presente en los personeros al servicio del entonces presidente Carlos Prío Socarrás.
No puedo olvidar el dolor de todo un pueblo cuando Chibás se hizo un disparo tras lo que llamó su último aldabonazo, en agosto de 1951 y que dejó acéfalo al movimiento cívico social que emergía como fuerza segura ganadora en los comicios de 1952. La manifestación de duelo fue impresionante en todo el país y particularmente en La Habana, donde decenas de miles de personas participaron en su sepelio.
Parecía que la cruzada de la ortodoxia quedaría trunca, pero lo más puro de aquel movimiento, la juventud seguidora de Chibás, mantuvo vivas sus ideas de construir una nación independiente. Aquellos muchachos, encabezados por Fidel Castro, serían pilares en la Generación del Centenario que asaltaron los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes, y nos guiaron hasta la victoria definitiva del primero de enero de 1959.
Pero en mis recuerdos de Chibás, hay un hecho que me mostró cuánto amor sintió el pueblo por aquel líder y cuánto de patriotismo y dignidad sembró entre sus seguidores. La protagonista fue mi madre, Fe Cruz, quien supo preservar la imagen del creador de la ortodoxia.
Ya tenía yo 14 años y fue en mayo de 1957. En mi casa había estado recuperándose un primo hermano integrado al ejército rebelde, quien había sido herido en combate y la noche anterior se despidió de nosotros para regresar a la guerrilla.
Al parecer algún delator (chivato) se percató de tal situación e hizo la denuncia. Alrededor de las 9:00 de la mañana, el barrio de Casa Piedra, en la entonces Victoria de Las Tunas, se nubló de guardias y policías que hicieron un registro, casa por casa.
Cuando los esbirros llegaron a la nuestra, mi padre, Juan Batista, había dejado su trabajo en el almacén del Ferrocarril y estaba allí para enfrentar cualquier situación. No encontraron nada, por supuesto.
De retirada, uno de los esbirros se percató de que en la sala había un gran cuadro de Eduardo Chibás. De inmediato lo tomó en sus manos y preguntó si no sabíamos que ese hombre era enemigo del General Batista, a lo que mi madre respondió que lo teníamos porque éramos ortodoxos.
El individuo entró en cólera y estuvo a punto de estrellarlo contra una de ls butacas, pero la vieja se adelantó y le dijo: “no señor, no tiene que hacer eso, yo le prometo que lo voy a desaparecer, si no se puede tener, no se tiene”.
La foto de Chibás fue preservada. Cuando iba de retirada, el policía se volteó y le dijo a mi mamá: “Recuerde, que no vuelva a ver ese cuadro, le conviene desaparecerlo”. La vieja asintió con la cabeza, y el siniestro personaje se largó.
No habían pasado 15 minutos y ya el cuadro estaba situado en el mismo lugar. Yo sabía lo que aquello significaba; pero el esbirro nunca volvió y el primero de enero, cuando la Revolución triunfó, Chibás seguía allí; no puedo precisar cuantos años más, pero su ejemplo de hombre digno es eterno, no solo para mi familia, sino para todo el pueblo de Cuba.
Ayer se cumplieron 100 años del natalicio de uno de los hombres más justos y dignos en la historia republicana de Cuba. Desde que comencé a tener conciencia de lo que me rodeaba, escuché a mis padres, a otros familiares y a vecinos de respeto, reconocer en Eduardo R. Chibás al candidato del pueblo en las siguientes elecciones presidenciales.
Con solo unos nueve años de edad supe de la existencia del Partido del Pueblo Cubano (Ortodoxo) y que mis viejos que habían sido engañados como otros tantos cubanos por el falso autenticismo del doctor Ramón Grau San Martín, defendían el lema de Vergüenza contra dinero y enarbolaban la escoba, símbolo de cómo se barrería con toda la caterva de ladrones entronizados en los puestos claves de los desgobiernos de turno.
El pueblo de Cuba rompió con todo aquel cuento de que el llamado Partido Revolucionario Cubano era el auténtico fundado por el Héroe Nacional José Martí y se alineó junto a Chibás, un santiaguero que se incorporó a la lucha desde los tristes años en que la Revolución del 30 se fue a bolina, al decir del inolvidable Canciller de la Dignidad Raúl Roa García.
Recuerdo como todos en el barrio iban para mi casa y se reunían alrededor del radio de baterías que compró mi padre, para escuchar la voz de Chibás en sus valientes denuncias del robo y la corrupción presente en los personeros al servicio del entonces presidente Carlos Prío Socarrás.
No puedo olvidar el dolor de todo un pueblo cuando Chibás se hizo un disparo tras lo que llamó su último aldabonazo, en agosto de 1951 y que dejó acéfalo al movimiento cívico social que emergía como fuerza segura ganadora en los comicios de 1952. La manifestación de duelo fue impresionante en todo el país y particularmente en La Habana, donde decenas de miles de personas participaron en su sepelio.
Parecía que la cruzada de la ortodoxia quedaría trunca, pero lo más puro de aquel movimiento, la juventud seguidora de Chibás, mantuvo vivas sus ideas de construir una nación independiente. Aquellos muchachos, encabezados por Fidel Castro, serían pilares en la Generación del Centenario que asaltaron los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes, y nos guiaron hasta la victoria definitiva del primero de enero de 1959.
Pero en mis recuerdos de Chibás, hay un hecho que me mostró cuánto amor sintió el pueblo por aquel líder y cuánto de patriotismo y dignidad sembró entre sus seguidores. La protagonista fue mi madre, Fe Cruz, quien supo preservar la imagen del creador de la ortodoxia.
Ya tenía yo 14 años y fue en mayo de 1957. En mi casa había estado recuperándose un primo hermano integrado al ejército rebelde, quien había sido herido en combate y la noche anterior se despidió de nosotros para regresar a la guerrilla.
Al parecer algún delator (chivato) se percató de tal situación e hizo la denuncia. Alrededor de las 9:00 de la mañana, el barrio de Casa Piedra, en la entonces Victoria de Las Tunas, se nubló de guardias y policías que hicieron un registro, casa por casa.
Cuando los esbirros llegaron a la nuestra, mi padre, Juan Batista, había dejado su trabajo en el almacén del Ferrocarril y estaba allí para enfrentar cualquier situación. No encontraron nada, por supuesto.
De retirada, uno de los esbirros se percató de que en la sala había un gran cuadro de Eduardo Chibás. De inmediato lo tomó en sus manos y preguntó si no sabíamos que ese hombre era enemigo del General Batista, a lo que mi madre respondió que lo teníamos porque éramos ortodoxos.
El individuo entró en cólera y estuvo a punto de estrellarlo contra una de ls butacas, pero la vieja se adelantó y le dijo: “no señor, no tiene que hacer eso, yo le prometo que lo voy a desaparecer, si no se puede tener, no se tiene”.
La foto de Chibás fue preservada. Cuando iba de retirada, el policía se volteó y le dijo a mi mamá: “Recuerde, que no vuelva a ver ese cuadro, le conviene desaparecerlo”. La vieja asintió con la cabeza, y el siniestro personaje se largó.
No habían pasado 15 minutos y ya el cuadro estaba situado en el mismo lugar. Yo sabía lo que aquello significaba; pero el esbirro nunca volvió y el primero de enero, cuando la Revolución triunfó, Chibás seguía allí; no puedo precisar cuantos años más, pero su ejemplo de hombre digno es eterno, no solo para mi familia, sino para todo el pueblo de Cuba.
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