Medio siglo después de aquel inolvidable 4 de abril de 1962, la Unión de Jóvenes Comunistas ha crecido de manera extraordinaria, a la bienhechora sombra del robusto árbol que constituye nuestro único Partido, el de Martí y de Fidel, alimentado con la sabia inigualable de un pueblo que ayer, hoy y siempre, es fiel al legado de valentía y patriotismo de los Padres Fundadores.
En una fecha como esta, mi corazón acelera su ritmo y mis recuerdos, como en un relato fílmico, atraviesan la mente con las imágenes de las guardias en la Milicia, las movilizaciones militares, las reuniones, asambleas, el corte de caña, la recogida de café y por supuesto, los momentos gloriosos de los días de Girón y de la crisis de octubre, aquellos en los que los jóvenes nos levantamos por Cuba para todos los tiempos.
Yo tenía 16 años recién cumplidos cuando disfruté de la extraordinaria alegría del triunfo de la Revolución, el primero de enero de 1959 y, junto a mi padre y toda la familia, me incorporé plenamente a las tareas de los nuevos tiempos, hasta que en enero de 1960, ya miliciano, estuve entre los fundadores de la Asociación de Jóvenes Rebeldes (AJR) que, en el entonces municipio de Victoria de Las Tunas, presidió Ramiro León, bajo la asesoría del teniente del Ejército Rebelde, Raúl Jáuregui.
Desde el principio, la AJR constituyó una organización de todos los jóvenes cubanos que servía de apoyo a disímiles tareas asignadas por la Revolución, entre las que sobresalieron por su significación en la lucha ideológica, las de las brigadas de trabajo revolucionario en la Sierra Maestra, cuyos integrantes se conocieron como Cinco Picos, porque debían escalar esa cantidad de veces hasta el firme del Pico Turquino; su incorporación a la preparación para la defensa que tuvo su máxima expresión en Playa Girón y la realización de la Campaña de Alfabetización.
En 1961 y luego de ocupar el cargo de Responsable de Deportes en el municipio de Victoria de Las Tunas, partí de estos lares y comencé la vida laboral en el tejar Simpatía, cerca del central Guillermo Moncada (Constancia A), de Abreus, en la entonces región Cienfuegos, de la provincia de Las Villas. Allí fui asignado de oficinista para encargarme de todos los documentos de aquel centro productos de tejas francesas, ladrillos y bloques de barro aligerados de dos, cuatro y seis huecos, excelentes para levantar paredes.
Fue un momento de gran significación en mi existencia. En aquel tejar, perteneciente entonces a la zona de desarrollo agrario LV-15 del Instituto Nacional de Reforma Agraria, encontré un extraordinario colectivo laboral y una comunidad que me acogió como hijo legítimo, con relaciones muy especiales con la gente nueva, a la cual pude aglutinar para fundar la unidad de base de la AJR que allí no existía.
Junto a quienes se convirtieron en una extensión de mi familia, viví los inolvidables días de la invasión mercenaria por la Bahía de Cochinos, trabajé en la creación del núcleo de las Organizaciones Revolucionarias Integradas (ORI) y colaboré con la Campaña de la Alfabetización en sentido general y como integrante de las brigadas Patria o Muerte de la CTC, enseñé a leer y a escribir a José Conde, un obrero del tejar.
Viví intensamente aquellos momentos en que los jóvenes, de uno y otro sexo, nos entregamos en cuerpo y alma a las tareas de construir la nueva sociedad, basados en un lema que hoy se mantiene con una vigencia especial: Estudio, Trabajo y Fusil, una buena manera de hacer realidad la profesía del inolvidable Ernesto Che Guevara, cuando afirmó que la juventud es la arcilla fundamental de nuestra obra.
En medio de la lucha ideológica, se crearon los centros de estudios políticos y así surgió el sistema de Escuelas de Instrucción Revolucionaria para pertrechar a los cubanos de los conocimientos de la ideología del proletariado, del marxismo-leninismo y de la importancia de la lucha internacional contra la explotación capitalista.
Fue así como en marzo de 1962, me seleccionaron para estudiar por 45 días en la Escuela Básica de Instrucción Revolucionaria (EBIR), del municipio de Abreus, donde me encontraba al producirse la convocatoria a la Asamblea Provincial de la AJR de Las Villas, a la cual asistí de delegado. No recuerdo la fecha exacta, pero si tengo claro en mi memoria el entusiasmo de todos los presentes en el amplio Teatro de la Universidad Central.
No sabía por qué, pero imaginaba que estaba al producirse un acontecimiento trascendental. Cuando desde la mesa de la Presidencia de la Asamblea surgió la propuesta de cambiar el nombre de Asociación de Jóvenes Rebeldes, por el de Unión de Jóvenes Comunistas, una atronadora ovación, acompañada de vítores, definía la aprobación unánime de todos los presentes que, en su mayoría, tuvimos el privilegio, unos días después, el 4 de abril de 1962, de ser fundadores de la mil veces gloriosa UJC.
Las generaciones de cubanos nacidos en los años 30, 40 y 50 del pasado siglo, integrados primero al Ejército Rebelde y la lucha clandestina, fundadores después de la AJR y la UJC, sentaron las bases de una sociedad de la que hoy estamos orgullosos todos, porque nuestros hijos y nietos, han sabido darle continuidad a las ideas de los mambises, de los combatientes por la dignidad nacional en los tristes años de la república neocolonial y las materializan bajo la guía de Fidel Castro y el resto de los líderes históricos que encabezaron el triunfo contra la tiranía de Batista.
La UJC llega a su medio siglo de existencia más fuerte, más creadora, más comprometida y sobre todo, más consecuente, porque cuenta con un ejército solidario que enarbola la bandera de la victoria en la defensa de la libertad y la independencia de otros pueblos, a los que, además, les ha garantizado servicios de salud, los ha enseñado a leer y escribir y también prepara a sus hijos para que puedan servir a los desposeídos, con una mentalidad nueva, desposeída de mercantilismo, plena de deseos de trabajar por servir a sus patrias.
Sí, hoy me siento un ser privilegiado por estar entre los fundadores de la UJC, pero también me embargan el orgullo y la satisfacción, de haber contribuido de alguna manera a que tengamos a una juventud capaz de asumir las difíciles tareas del presente y que, más preparada que nosotros en todos los sentidos, sabrá sacar adelante las ideas del socialismo aplicadas a las condiciones específicas de Cuba y, en concordancia con la realidad internacional, ayudar a que, por el esfuerzo de todos, un mundo mejor sea posible.
En una fecha como esta, mi corazón acelera su ritmo y mis recuerdos, como en un relato fílmico, atraviesan la mente con las imágenes de las guardias en la Milicia, las movilizaciones militares, las reuniones, asambleas, el corte de caña, la recogida de café y por supuesto, los momentos gloriosos de los días de Girón y de la crisis de octubre, aquellos en los que los jóvenes nos levantamos por Cuba para todos los tiempos.
Yo tenía 16 años recién cumplidos cuando disfruté de la extraordinaria alegría del triunfo de la Revolución, el primero de enero de 1959 y, junto a mi padre y toda la familia, me incorporé plenamente a las tareas de los nuevos tiempos, hasta que en enero de 1960, ya miliciano, estuve entre los fundadores de la Asociación de Jóvenes Rebeldes (AJR) que, en el entonces municipio de Victoria de Las Tunas, presidió Ramiro León, bajo la asesoría del teniente del Ejército Rebelde, Raúl Jáuregui.
Desde el principio, la AJR constituyó una organización de todos los jóvenes cubanos que servía de apoyo a disímiles tareas asignadas por la Revolución, entre las que sobresalieron por su significación en la lucha ideológica, las de las brigadas de trabajo revolucionario en la Sierra Maestra, cuyos integrantes se conocieron como Cinco Picos, porque debían escalar esa cantidad de veces hasta el firme del Pico Turquino; su incorporación a la preparación para la defensa que tuvo su máxima expresión en Playa Girón y la realización de la Campaña de Alfabetización.
En 1961 y luego de ocupar el cargo de Responsable de Deportes en el municipio de Victoria de Las Tunas, partí de estos lares y comencé la vida laboral en el tejar Simpatía, cerca del central Guillermo Moncada (Constancia A), de Abreus, en la entonces región Cienfuegos, de la provincia de Las Villas. Allí fui asignado de oficinista para encargarme de todos los documentos de aquel centro productos de tejas francesas, ladrillos y bloques de barro aligerados de dos, cuatro y seis huecos, excelentes para levantar paredes.
Fue un momento de gran significación en mi existencia. En aquel tejar, perteneciente entonces a la zona de desarrollo agrario LV-15 del Instituto Nacional de Reforma Agraria, encontré un extraordinario colectivo laboral y una comunidad que me acogió como hijo legítimo, con relaciones muy especiales con la gente nueva, a la cual pude aglutinar para fundar la unidad de base de la AJR que allí no existía.
Junto a quienes se convirtieron en una extensión de mi familia, viví los inolvidables días de la invasión mercenaria por la Bahía de Cochinos, trabajé en la creación del núcleo de las Organizaciones Revolucionarias Integradas (ORI) y colaboré con la Campaña de la Alfabetización en sentido general y como integrante de las brigadas Patria o Muerte de la CTC, enseñé a leer y a escribir a José Conde, un obrero del tejar.
Viví intensamente aquellos momentos en que los jóvenes, de uno y otro sexo, nos entregamos en cuerpo y alma a las tareas de construir la nueva sociedad, basados en un lema que hoy se mantiene con una vigencia especial: Estudio, Trabajo y Fusil, una buena manera de hacer realidad la profesía del inolvidable Ernesto Che Guevara, cuando afirmó que la juventud es la arcilla fundamental de nuestra obra.
En medio de la lucha ideológica, se crearon los centros de estudios políticos y así surgió el sistema de Escuelas de Instrucción Revolucionaria para pertrechar a los cubanos de los conocimientos de la ideología del proletariado, del marxismo-leninismo y de la importancia de la lucha internacional contra la explotación capitalista.
Fue así como en marzo de 1962, me seleccionaron para estudiar por 45 días en la Escuela Básica de Instrucción Revolucionaria (EBIR), del municipio de Abreus, donde me encontraba al producirse la convocatoria a la Asamblea Provincial de la AJR de Las Villas, a la cual asistí de delegado. No recuerdo la fecha exacta, pero si tengo claro en mi memoria el entusiasmo de todos los presentes en el amplio Teatro de la Universidad Central.
No sabía por qué, pero imaginaba que estaba al producirse un acontecimiento trascendental. Cuando desde la mesa de la Presidencia de la Asamblea surgió la propuesta de cambiar el nombre de Asociación de Jóvenes Rebeldes, por el de Unión de Jóvenes Comunistas, una atronadora ovación, acompañada de vítores, definía la aprobación unánime de todos los presentes que, en su mayoría, tuvimos el privilegio, unos días después, el 4 de abril de 1962, de ser fundadores de la mil veces gloriosa UJC.
Las generaciones de cubanos nacidos en los años 30, 40 y 50 del pasado siglo, integrados primero al Ejército Rebelde y la lucha clandestina, fundadores después de la AJR y la UJC, sentaron las bases de una sociedad de la que hoy estamos orgullosos todos, porque nuestros hijos y nietos, han sabido darle continuidad a las ideas de los mambises, de los combatientes por la dignidad nacional en los tristes años de la república neocolonial y las materializan bajo la guía de Fidel Castro y el resto de los líderes históricos que encabezaron el triunfo contra la tiranía de Batista.
La UJC llega a su medio siglo de existencia más fuerte, más creadora, más comprometida y sobre todo, más consecuente, porque cuenta con un ejército solidario que enarbola la bandera de la victoria en la defensa de la libertad y la independencia de otros pueblos, a los que, además, les ha garantizado servicios de salud, los ha enseñado a leer y escribir y también prepara a sus hijos para que puedan servir a los desposeídos, con una mentalidad nueva, desposeída de mercantilismo, plena de deseos de trabajar por servir a sus patrias.
Sí, hoy me siento un ser privilegiado por estar entre los fundadores de la UJC, pero también me embargan el orgullo y la satisfacción, de haber contribuido de alguna manera a que tengamos a una juventud capaz de asumir las difíciles tareas del presente y que, más preparada que nosotros en todos los sentidos, sabrá sacar adelante las ideas del socialismo aplicadas a las condiciones específicas de Cuba y, en concordancia con la realidad internacional, ayudar a que, por el esfuerzo de todos, un mundo mejor sea posible.
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