La convulsa situación que caracteriza hoy al llamado Oriente Medio prueba, con creces, que en esa zona rica en recursos energéticos y codiciada de siempre por las grandes potencias capitalistas, algunos países desconocen las lecciones de la historia, sobre todo las más recientes.
Resalta la posición de la Liga Árabe, organización regional que, sin tapujos, se situó del lado de las fuerzas más retrógradas, en contra de uno de sus miembros, Libia, y ahora se presta a la diabólica campaña encaminada a destruir a Siria, nación a la cual acaban de expulsar de su seno, pese a la oposición de algunos gobiernos.
La desunión que ha caracterizado al mundo árabe a través de la historia y que tanto daño le hizo a los esfuerzos integradores del líder egipcio Gamal Abdel Nasser desde la década del 60 del siglo pasado, vuelve a manifestarse para beneplácito de las potencias occidentales encabezadas por Estados Unidos, Francia y el Reino Unido, que se sienten apoyadas en su cruzada por apoderarse de las riquezas energéticas de esa zona.
Pero esas naciones norafricanas que, encabezadas por Arabia Saudita, Jordania y los “nuevos gobiernos” de las destruídas Iraq y Libia, cegadas por el temor a los poderosos, no son capaces de comprender que esa postura no les servirá de nada si, en algún momento, sus posiciones enfrentan a los intereses del imperio.
Los actuales aliados de las fuerzas que pretenden recolonizar a esa parte del mundo, deberían mojar sus bardas al ver las de sus vecinos arder. Los pretendidos dueños del mundo no vacilarán en hacer lo mismo que en Iraq y Libia, en cualquiera de las otras naciones de un territorio con extraordinarios recursos naturales.
En cada uno de esos gobiernos debía valorarse que, en su momento, las potencias occidentales estuvieron aliadas al Iraq de Sadan Hussein y obtuvieron probados beneficios, pero cuando la posición de Bagdad no les convino, orquestaron la falsa campaña de las armas de destrucción masiva en aquel país, lo invadieron, mataron a miles de personas inocentes, destruyeron una buena parte del patrimonio cultural de la humanidad y asesinaron al líder que les había servido.
Por aquellos lares parece que olvidaron el apoyo incondicional de occidente a los regímenes traidores a su pueblo que tuvo Irán, especialmente en la época del Sha Reza Pavlevi, uno de los más connotados clientes de los productores de armamentos en Estados Unidos.
El pueblo iraní no se resignó a ser esclavo y apoyó a la Revolución Islámica que ha transformado esa nación, la cual avanza hacia el desarrollo, por lo que los poderosos la demonizaron y ahora la amenazan con invadirla bajo la acusación de que pretende obtener el arma atómica, cuando su esfuerzo está encaminado a dominar la energía nuclear con fines pacíficos, para beneficio de toda la sociedad.
Para el mundo no es un secreto y mucho menos para los árabes, que las potencias occidentales vivieron una relativamente larga “luna de miel” con el gobierno de Libia que encabezaba Muamar El Ghadafi. Las transnacionales petroleras tuvieron el camino expedito hacia las reservas energéticas de aquel país y los más altos dirigentes visitaron y recibieron al líder de la Yamahiria Árabe Socialista.
Por aquellas “excelentes relaciones” se derivó que el Gobierno Libio y su Presidente, depositaran sus capitales en los principales bancos occidentales, fondos que fueron congelados o incautados, cuando Ghadafi pasó a ser un freno de la política imperial encaminada al dominio de los recursos energéticos no renovables, cada vez más deficitarios en el mundo.
Esa es la regla que imponen los poderosos y por eso, los gobiernos del mundo árabe que hoy apoyan las injustas guerras que se libran contra sus hermanos, debían pensar que, quizás mañana, puedan ser víctimas de esa política recolonizadora, porque el egoísmo, la irracionalidad capitalista, solo piensa en sus intereses y cuando estos se ven amenazados, aplican la fórmula del genocidio. No sé por qué, todavía, hay quien lo duda.
Resalta la posición de la Liga Árabe, organización regional que, sin tapujos, se situó del lado de las fuerzas más retrógradas, en contra de uno de sus miembros, Libia, y ahora se presta a la diabólica campaña encaminada a destruir a Siria, nación a la cual acaban de expulsar de su seno, pese a la oposición de algunos gobiernos.
La desunión que ha caracterizado al mundo árabe a través de la historia y que tanto daño le hizo a los esfuerzos integradores del líder egipcio Gamal Abdel Nasser desde la década del 60 del siglo pasado, vuelve a manifestarse para beneplácito de las potencias occidentales encabezadas por Estados Unidos, Francia y el Reino Unido, que se sienten apoyadas en su cruzada por apoderarse de las riquezas energéticas de esa zona.
Pero esas naciones norafricanas que, encabezadas por Arabia Saudita, Jordania y los “nuevos gobiernos” de las destruídas Iraq y Libia, cegadas por el temor a los poderosos, no son capaces de comprender que esa postura no les servirá de nada si, en algún momento, sus posiciones enfrentan a los intereses del imperio.
Los actuales aliados de las fuerzas que pretenden recolonizar a esa parte del mundo, deberían mojar sus bardas al ver las de sus vecinos arder. Los pretendidos dueños del mundo no vacilarán en hacer lo mismo que en Iraq y Libia, en cualquiera de las otras naciones de un territorio con extraordinarios recursos naturales.
En cada uno de esos gobiernos debía valorarse que, en su momento, las potencias occidentales estuvieron aliadas al Iraq de Sadan Hussein y obtuvieron probados beneficios, pero cuando la posición de Bagdad no les convino, orquestaron la falsa campaña de las armas de destrucción masiva en aquel país, lo invadieron, mataron a miles de personas inocentes, destruyeron una buena parte del patrimonio cultural de la humanidad y asesinaron al líder que les había servido.
Por aquellos lares parece que olvidaron el apoyo incondicional de occidente a los regímenes traidores a su pueblo que tuvo Irán, especialmente en la época del Sha Reza Pavlevi, uno de los más connotados clientes de los productores de armamentos en Estados Unidos.
El pueblo iraní no se resignó a ser esclavo y apoyó a la Revolución Islámica que ha transformado esa nación, la cual avanza hacia el desarrollo, por lo que los poderosos la demonizaron y ahora la amenazan con invadirla bajo la acusación de que pretende obtener el arma atómica, cuando su esfuerzo está encaminado a dominar la energía nuclear con fines pacíficos, para beneficio de toda la sociedad.
Para el mundo no es un secreto y mucho menos para los árabes, que las potencias occidentales vivieron una relativamente larga “luna de miel” con el gobierno de Libia que encabezaba Muamar El Ghadafi. Las transnacionales petroleras tuvieron el camino expedito hacia las reservas energéticas de aquel país y los más altos dirigentes visitaron y recibieron al líder de la Yamahiria Árabe Socialista.
Por aquellas “excelentes relaciones” se derivó que el Gobierno Libio y su Presidente, depositaran sus capitales en los principales bancos occidentales, fondos que fueron congelados o incautados, cuando Ghadafi pasó a ser un freno de la política imperial encaminada al dominio de los recursos energéticos no renovables, cada vez más deficitarios en el mundo.
Esa es la regla que imponen los poderosos y por eso, los gobiernos del mundo árabe que hoy apoyan las injustas guerras que se libran contra sus hermanos, debían pensar que, quizás mañana, puedan ser víctimas de esa política recolonizadora, porque el egoísmo, la irracionalidad capitalista, solo piensa en sus intereses y cuando estos se ven amenazados, aplican la fórmula del genocidio. No sé por qué, todavía, hay quien lo duda.
Etiquetas: Medio Oriente, Mundo Árabe, potencias occidentales, recolonización del Norte de África, Iraq, Libia, Siria Irán, Arabia Saudita, Jordania, genocidio, recursos energéticos deficitarios
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