Elecciones del pasado
Y el padre de Juan Emilio no tuvo que arrodillarse
Gracias a la sensibilidad de un doctor llamado Rodolfo Puentes Ferro, nuestro colega salvó la vida sin caer en la politiquera trampa de comicios electoreros
Por Pastor Batista Valdés
Siempre que hay sufragios en el país, a Juan Emilio Batista Cruz, redactor del periódico 26, acuden inevitablemente las imágenes de su propia adolescencia.
"Si no hubiera sido por la extraordinaria sensibilidad humana y por la ética profesional del doctor Rodolfo Puentes Ferro –relata- mi padre habría tenido que entregarle su voto a algún politiquero de la época, a cambio de asistencia médica para salvarme de una muerte segura."
El panorama no presagiaba nada alentador para el famélico Juan Emilio. Con 14 años de edad apenas rozaba las 70 libras de peso. Su grado de desnutrición era tal que Pepito González (representante de la cerveza Hatuey en Las Tunas) decidió llevarlo a la clínica Nuestra Señora de Loreto, donde el doctor se sorprendió tras examinarlo. No podía entender de dónde sacaba energías aquel muchacho para lanzar la pelota como serpentinero en la liga local de Los Cubanitos.
"En mi casa no se pasaba hambre –explica Juan- mi viejo se las arreglaba para que siempre hubiera algo sobre la mesa. Por ese tiempo también yo contribuía al sustento familiar: limpiaba zapatos, cargaba equipajes en las terminales y vendía los más diversos productos: flores, frutas y hasta décimas impresas. Recuerdo que mi pregón era la misma décima que estaba vendiendo."
Pero un impertinente parásito, alojado en su interior, le succionaba la vida a Juan Emilio, poco a poco. Literalmente hablando estaba al borde de la leucemia y no lo sabía. Había que transfundirlo urgentemente. Los 500 gramos de sangre en aquella época costaban mucho; eran algo prácticamente imposible para las familias pobres. A eso había que sumarle el precio de la consulta, los exámenes, el tratamiento, las medicinas...
"A mi padre –afirma Juan- no le habría quedado otra salida que arrodillarse frente a alguno de aquellos politiqueros que en momentos de elecciones aprovechaban su poder para chantajear a las familias pobres y agenciarse los votos que en verdad ellos nunca merecieron.
"Por suerte, nada de eso fue necesario. Mi padre no tuvo que humillarse. El propio doctor Puentes Ferro se encargó de mi caso, sin costo alguno, como si se tratara de un familiar suyo. Dijo incluso que asumiría la transfusión. Pero mi madre decidió hacerse un examen y su grupo sanguíneo era compatible con el mío, de modo que se convirtió en mi donante.
"Por cierto, mi estado físico era tal que difícilmente hubiera resistido los 500 gramos de una vez. Entonces se decidió transfundírmelos en dos partes: primero 250 gramos y al siguiente día la otra mitad.
"Pasaron muchos años y en 1983, mientras yo cumplía misión internacionalista en Angola, me encontré con el doctor Puentes Ferro; lo habían nombrado embajador en ese país. Recuerdo que le dije: Yo le estoy muy agradecido porque una vez usted me salvó la vida. En ese instante él no pudo reconocerme; habían sido tantas las personas atendidas por él... pero cuando añadí que me había llevado Pepito González enseguida expresó sonriendo: ¡Ahh, tú eras el pelotero... y estabas bien jodido!
"Gracias a personas como el doctor Puentes Ferro –muy querido aquí y en todo el país- Cuba pudo levantarse digna y poner fin a aquella miseria humana, social y política que imperaba durante todo el año, pero de manera muy especial en momentos de elecciones."
(Tomada de la edición digital del periódico 26, Las Tunas, Cuba)
Gracias a la sensibilidad de un doctor llamado Rodolfo Puentes Ferro, nuestro colega salvó la vida sin caer en la politiquera trampa de comicios electoreros
Por Pastor Batista Valdés
Siempre que hay sufragios en el país, a Juan Emilio Batista Cruz, redactor del periódico 26, acuden inevitablemente las imágenes de su propia adolescencia.
"Si no hubiera sido por la extraordinaria sensibilidad humana y por la ética profesional del doctor Rodolfo Puentes Ferro –relata- mi padre habría tenido que entregarle su voto a algún politiquero de la época, a cambio de asistencia médica para salvarme de una muerte segura."
El panorama no presagiaba nada alentador para el famélico Juan Emilio. Con 14 años de edad apenas rozaba las 70 libras de peso. Su grado de desnutrición era tal que Pepito González (representante de la cerveza Hatuey en Las Tunas) decidió llevarlo a la clínica Nuestra Señora de Loreto, donde el doctor se sorprendió tras examinarlo. No podía entender de dónde sacaba energías aquel muchacho para lanzar la pelota como serpentinero en la liga local de Los Cubanitos.
"En mi casa no se pasaba hambre –explica Juan- mi viejo se las arreglaba para que siempre hubiera algo sobre la mesa. Por ese tiempo también yo contribuía al sustento familiar: limpiaba zapatos, cargaba equipajes en las terminales y vendía los más diversos productos: flores, frutas y hasta décimas impresas. Recuerdo que mi pregón era la misma décima que estaba vendiendo."
Pero un impertinente parásito, alojado en su interior, le succionaba la vida a Juan Emilio, poco a poco. Literalmente hablando estaba al borde de la leucemia y no lo sabía. Había que transfundirlo urgentemente. Los 500 gramos de sangre en aquella época costaban mucho; eran algo prácticamente imposible para las familias pobres. A eso había que sumarle el precio de la consulta, los exámenes, el tratamiento, las medicinas...
"A mi padre –afirma Juan- no le habría quedado otra salida que arrodillarse frente a alguno de aquellos politiqueros que en momentos de elecciones aprovechaban su poder para chantajear a las familias pobres y agenciarse los votos que en verdad ellos nunca merecieron.
"Por suerte, nada de eso fue necesario. Mi padre no tuvo que humillarse. El propio doctor Puentes Ferro se encargó de mi caso, sin costo alguno, como si se tratara de un familiar suyo. Dijo incluso que asumiría la transfusión. Pero mi madre decidió hacerse un examen y su grupo sanguíneo era compatible con el mío, de modo que se convirtió en mi donante.
"Por cierto, mi estado físico era tal que difícilmente hubiera resistido los 500 gramos de una vez. Entonces se decidió transfundírmelos en dos partes: primero 250 gramos y al siguiente día la otra mitad.
"Pasaron muchos años y en 1983, mientras yo cumplía misión internacionalista en Angola, me encontré con el doctor Puentes Ferro; lo habían nombrado embajador en ese país. Recuerdo que le dije: Yo le estoy muy agradecido porque una vez usted me salvó la vida. En ese instante él no pudo reconocerme; habían sido tantas las personas atendidas por él... pero cuando añadí que me había llevado Pepito González enseguida expresó sonriendo: ¡Ahh, tú eras el pelotero... y estabas bien jodido!
"Gracias a personas como el doctor Puentes Ferro –muy querido aquí y en todo el país- Cuba pudo levantarse digna y poner fin a aquella miseria humana, social y política que imperaba durante todo el año, pero de manera muy especial en momentos de elecciones."
(Tomada de la edición digital del periódico 26, Las Tunas, Cuba)
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