A 33 años del Crimen de Barbados
La humanidad entera pide justicia
El dolor perdura en la mente y los corazones de más de 11 millones de cubanos. Han pasado 33 años y todavía los habitantes de esta Isla de la Libertad lloramos al recordar el abominable crimen cometido por agentes al servicio de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) de Estados Unidos, reclutados por los connotados terroristas Luis Posada Carriles y Orlando Bosch, nacidos en nuestra tierra por equivocación.
Los asesinos buscaban méritos con sus amos y concibieron el plan de hacer estallar, en pleno vuelo, un avión civil de la Empresa Cubana de Aviación, Freddy Lugo y Hernán Ricardo, los autores materiales del incalificable crimen, abordaron el DC-8 matrícula CU-435, que partió de Caracas, Venezuela con destino a Cuba, con escala en Barbados, el 6 de octubre de 1976.
En el trayecto de Caracas al aeropuerto de Bridgetown, los artefactos explosivos fueron colocados en la nave y los terroristas quedaron en la capital de Barbados. Poco después de levantar vuelo con destino a La Habana, las explosiones hicieron que el avión se precipitara al mar con 73 personas a bordo.
La preciada carga del aparato de Cubana incluía a los integrantes del equipo juvenil de esgrima que había ganado, con una actuación brillante, todas las medallas puestas en disputa en el Torneo Centroamericano, efectuado en Venezuela.
La noticia impactó a un pueblo entero. Desde el Cabo de San Antonio hasta la Punta de Maisí, desde el extremo occidental hasta el oriental, el llanto y la indignación más profunda embargaron a los cubanos. Millones de personas compartieron con los familiares de las víctimas el infinito dolor que los embargaba.
Una extraordinaria manifestación de pueblo colmó la Plaza de la Revolución José Martí, de La Habana, en el solemne acto de despedida de duelo, en el que usó de la palabra el Comandante en Jefe, Fidel Castro Ruz.
Fue un discurso sentido, cargado de honda sensibilidad humana, pero pleno de patriotismo y de fe en la victoria de las ideas revolucionarias; firme en su acusación a los criminales pagados y protegidos por el imperialismo yanqui, con el sello del odio injustificable hacia un pueblo que solo exige que se respete su derecho a escoger la sociedad en la que quiere vivir.
Todavía retumban en los confines de la Plaza Mayor de Cuba, las palabras de Fidel señalando que las medallas de nuestros jóvenes esgrimistas no yacerían en el fondo del océano sino que se elevarían como soles sin mancha en el firmamento de la Patria y que serían campeones eternos.
Hoy, 33 años después, fresca la herida en el corazón de los cubanos, Luis Posada Carriles, terrorista confeso, se pasea libremente por las calles de Miami, con la indulgencia del actual presidente norteamericano Barack Obama, caracterizado por un doble discurso que más temprano que tarde lo hará caer en el descrédito más absoluto y sin prestigio ante quienes le dieron el voto esperanzados por sus falsas promesas de cambio.
Hoy cuando los falsos profetas de la libertad protegen a sus ahijados, mientras mantienen prisioneros injustamente a cinco patriotas cubanos por combatir el terrorismo en las propias entrañas del monstruo; es preciso recordarles, en una fecha como esta, que más temprano que tarde se hará justicia y que no olviden las palabras finales de Fidel en la despedida del duelo a los Mártires de Barbados: “Cuando un pueblo enérgico y viril llora, la injusticia tiembla”.
La humanidad entera pide justicia
El dolor perdura en la mente y los corazones de más de 11 millones de cubanos. Han pasado 33 años y todavía los habitantes de esta Isla de la Libertad lloramos al recordar el abominable crimen cometido por agentes al servicio de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) de Estados Unidos, reclutados por los connotados terroristas Luis Posada Carriles y Orlando Bosch, nacidos en nuestra tierra por equivocación.
Los asesinos buscaban méritos con sus amos y concibieron el plan de hacer estallar, en pleno vuelo, un avión civil de la Empresa Cubana de Aviación, Freddy Lugo y Hernán Ricardo, los autores materiales del incalificable crimen, abordaron el DC-8 matrícula CU-435, que partió de Caracas, Venezuela con destino a Cuba, con escala en Barbados, el 6 de octubre de 1976.
En el trayecto de Caracas al aeropuerto de Bridgetown, los artefactos explosivos fueron colocados en la nave y los terroristas quedaron en la capital de Barbados. Poco después de levantar vuelo con destino a La Habana, las explosiones hicieron que el avión se precipitara al mar con 73 personas a bordo.
La preciada carga del aparato de Cubana incluía a los integrantes del equipo juvenil de esgrima que había ganado, con una actuación brillante, todas las medallas puestas en disputa en el Torneo Centroamericano, efectuado en Venezuela.
La noticia impactó a un pueblo entero. Desde el Cabo de San Antonio hasta la Punta de Maisí, desde el extremo occidental hasta el oriental, el llanto y la indignación más profunda embargaron a los cubanos. Millones de personas compartieron con los familiares de las víctimas el infinito dolor que los embargaba.
Una extraordinaria manifestación de pueblo colmó la Plaza de la Revolución José Martí, de La Habana, en el solemne acto de despedida de duelo, en el que usó de la palabra el Comandante en Jefe, Fidel Castro Ruz.
Fue un discurso sentido, cargado de honda sensibilidad humana, pero pleno de patriotismo y de fe en la victoria de las ideas revolucionarias; firme en su acusación a los criminales pagados y protegidos por el imperialismo yanqui, con el sello del odio injustificable hacia un pueblo que solo exige que se respete su derecho a escoger la sociedad en la que quiere vivir.
Todavía retumban en los confines de la Plaza Mayor de Cuba, las palabras de Fidel señalando que las medallas de nuestros jóvenes esgrimistas no yacerían en el fondo del océano sino que se elevarían como soles sin mancha en el firmamento de la Patria y que serían campeones eternos.
Hoy, 33 años después, fresca la herida en el corazón de los cubanos, Luis Posada Carriles, terrorista confeso, se pasea libremente por las calles de Miami, con la indulgencia del actual presidente norteamericano Barack Obama, caracterizado por un doble discurso que más temprano que tarde lo hará caer en el descrédito más absoluto y sin prestigio ante quienes le dieron el voto esperanzados por sus falsas promesas de cambio.
Hoy cuando los falsos profetas de la libertad protegen a sus ahijados, mientras mantienen prisioneros injustamente a cinco patriotas cubanos por combatir el terrorismo en las propias entrañas del monstruo; es preciso recordarles, en una fecha como esta, que más temprano que tarde se hará justicia y que no olviden las palabras finales de Fidel en la despedida del duelo a los Mártires de Barbados: “Cuando un pueblo enérgico y viril llora, la injusticia tiembla”.
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