Cuando estamos a solo unas horas de celebrar el aniversario 53 del triunfo de la Revolución, afloran a mi mente muchos recuerdos de los convulsos días finales de 1958, momentos en los cuales la ofensiva del Ejército Rebelde auguraba para el sufrido pueblo cubano un amanecer de victoria.
Entre los hechos de los que fui protagonista en los dos últimos meses de 1958, el que más me marcó fue una singular travesía a pie desde Las Tunas hasta Chaparra (Jesús Menéndez), en la cual hice compañía a una tía-abuela materna, de 45 años de edad y de tres primas pequeñas de 14, 11 y nueve, respectivamente.
La situación en la ciudad de Victoria de Las Tunas era muy difícil, no había suministros de alimentos porque estaba sitiada por las fuerzas rebeldes y mi tía-abuela Juana Arimón, decidió aventurarse a una gran caminata de más de 60 kilómetros hasta Chaparra donde residía una buena parte de su familia.
Yo había cumplido 16 años el 9 de octubre y fui escogido como el “hombre” de aquella aventura que podía deparar dificultades y sorpresas, dada la característica incierta del momento y la posibilidad de que el esfuerzo físico hiciera mella, especialmente en las niñas menores.
A las 6:00 de la mañana del día 8 de noviembre, tomamos la carretera hacia Puerto Padre. Poco después de las 9:00 desayunamos en una casa de familia en Palmarito, recuperamos fuerzas y continuamos la marcha; luego de un frugal almuerzo avanzamos hasta llegar, con las primeras sombras del anochecer, al poblado de Vázquez, donde fuimos testigos de un gran acontecimiento.
Al arribar a Vázquez, nos encontramos con una algarabía tremenda: todo el pueblo estaba en la calle, porque ese día se convertía en territorio libre, luego de que las fuerzas de la tiranía, cercadas por los rebeldes, abandonaron el cuartel y se retiraron a marcha forzada hacia la sede del escuadrón de la guardia rural en Delicias.
Celebramos junto a los habitantes de Vázquez y los soldados del Ejército Rebelde, dos de los cuales recibieron la tarea de escoltarnos hasta el poblado de Nueve Palmas, en el que nos recibieron unos parientes alrededor de las 9:30 de la noche. Allí comimos y pernoctamos.
Al amanecer del 9 de noviembre, abandonamos la carretera de Puerto Padre y avanzamos “por derecho” a través de callejones y caminos vecinales hasta llegar a la casa de una familia amiga en el lugar conocido por Paso Pata, a unos pocos kilómetros de Chaparra. Ya anochecía y luego de alimentarnos disfrutamos de un sueño reparador.
El final de la odisea ocurrió el día 10, cuando arribamos a la casa de la familia en el barrio de El Cenicero. Era aproximadamente las 11:00 de la mañana y nos recibieron con mucha alegría, además de manifestarnos la admiración por dar feliz término a tan singular travesía.
Desde el primer momento, nos dimos cuenta de que Chaparra era una plaza sitiada, escaseaban los alimentos y las fuerzas de la tiranía prácticamente no salían de su cuartel. Todas las noches los rebeldes visitaban los suburbios del batey y un primo nuestro, bien armado, pasaba un par de horas en su casa para satisfacción de toda la familia.
En la noche del 31 de diciembre, la atmósfera reflejaba una gran tensión, los rebeldes, en número no visto hasta ese momento, cerraban el cerco sobre el cuartel de la tiranía. En las primeras horas de la madrugada del día inicial de 1959, una explosión de alegría estremeció a Chaparra y a toda Cuba, el dictador Fulgencio Batista había escapado y un amanecer de victoria abría una nueva era en la historia del verde caimán antillano, porque la Revolución iniciada por Carlos Manuel de Céspedes el 10 de octubre de 1868, había triunfado definitivamente.
En las contradicciones propias de mi adolescencia, se abrió paso un indescriptible sentimiento de satisfacción, de alegría infinita, se hacían realidad los sueños de los heroicos fundadores de nuestra nacionalidad y se cumplía el pronóstico de mi querido padre, quien me enseñó a no aceptar la injusticia, a luchar por una sociedad justa y equitativa.
Hacia un buen tiempo que yo colaboraba con la elaboración de paquetes de medicina y acompañaba a mi madre y mi única hermana, cuando en las noches y madrugadas preparaban brazaletes del M-26-7, para enviarlos al monte y realicé horas de guardia, ante la posibilidad de que las fuerzas represivas pudieran descubrir que, durante alrededor de 15 días, mi primo hermano Víctor Argüelles, miembro del Ejército Rebelde, se recuperaba en mi casa de una herida de bala.
Desde aquel hermoso día “me monté en el tren de la Revolución” del cual no me bajaré nunca. En la vorágine de la difícil tarea de consolidar la nueva sociedad, tuve el honor y el privilegio de ser fundador de la Asociación de Jóvenes Rebeldes (AJR), las Milicias Nacionales, los CDR, la Unión de Jóvenes Comunistas (UJC) y las Organizaciones Revolucionarias Integradas (ORI)
He cumplido múltiples tareas sin que me vanaglorie por eso. No, soy un soldado de fila, un defensor a ultranza de las conquistas de nuestro socialismo, soy marxista, martiano y, sobre todo, fidelista, soy un cubano que siente el orgullo de ser heredero de los mambises, de los estoicos luchadores por nuestra libertad en los cruentos años de la república neocolonial.
Hoy, cuando después de más de 40 años de periodista la salud me obligó a jubilarme y me niego a retirarme, recuerdo aquellos días extraordinarios de finales de 1958 y el primero de enero de 1959, con el orgullo y el privilegio de haberlos vivido, además de que me impulsaron a ser protagonista de la epopeya de todo un pueblo en la construcción de la nueva sociedad.
La batalla continúa, el enemigo de siempre no se conforma y arremete con fuerza, pero para parafrasear a nuestro José Martí, nos imponen la lucha a pensamiento y a pensamiento debemos ganarla. El niño Elián González regresó a la Patria ante la impotencia de quienes nacieron en esta Isla por equivocación y los queridos Gerardo, Ramón, René, Antonio y Fernando, ¡volverán!
Entre los hechos de los que fui protagonista en los dos últimos meses de 1958, el que más me marcó fue una singular travesía a pie desde Las Tunas hasta Chaparra (Jesús Menéndez), en la cual hice compañía a una tía-abuela materna, de 45 años de edad y de tres primas pequeñas de 14, 11 y nueve, respectivamente.
La situación en la ciudad de Victoria de Las Tunas era muy difícil, no había suministros de alimentos porque estaba sitiada por las fuerzas rebeldes y mi tía-abuela Juana Arimón, decidió aventurarse a una gran caminata de más de 60 kilómetros hasta Chaparra donde residía una buena parte de su familia.
Yo había cumplido 16 años el 9 de octubre y fui escogido como el “hombre” de aquella aventura que podía deparar dificultades y sorpresas, dada la característica incierta del momento y la posibilidad de que el esfuerzo físico hiciera mella, especialmente en las niñas menores.
A las 6:00 de la mañana del día 8 de noviembre, tomamos la carretera hacia Puerto Padre. Poco después de las 9:00 desayunamos en una casa de familia en Palmarito, recuperamos fuerzas y continuamos la marcha; luego de un frugal almuerzo avanzamos hasta llegar, con las primeras sombras del anochecer, al poblado de Vázquez, donde fuimos testigos de un gran acontecimiento.
Al arribar a Vázquez, nos encontramos con una algarabía tremenda: todo el pueblo estaba en la calle, porque ese día se convertía en territorio libre, luego de que las fuerzas de la tiranía, cercadas por los rebeldes, abandonaron el cuartel y se retiraron a marcha forzada hacia la sede del escuadrón de la guardia rural en Delicias.
Celebramos junto a los habitantes de Vázquez y los soldados del Ejército Rebelde, dos de los cuales recibieron la tarea de escoltarnos hasta el poblado de Nueve Palmas, en el que nos recibieron unos parientes alrededor de las 9:30 de la noche. Allí comimos y pernoctamos.
Al amanecer del 9 de noviembre, abandonamos la carretera de Puerto Padre y avanzamos “por derecho” a través de callejones y caminos vecinales hasta llegar a la casa de una familia amiga en el lugar conocido por Paso Pata, a unos pocos kilómetros de Chaparra. Ya anochecía y luego de alimentarnos disfrutamos de un sueño reparador.
El final de la odisea ocurrió el día 10, cuando arribamos a la casa de la familia en el barrio de El Cenicero. Era aproximadamente las 11:00 de la mañana y nos recibieron con mucha alegría, además de manifestarnos la admiración por dar feliz término a tan singular travesía.
Desde el primer momento, nos dimos cuenta de que Chaparra era una plaza sitiada, escaseaban los alimentos y las fuerzas de la tiranía prácticamente no salían de su cuartel. Todas las noches los rebeldes visitaban los suburbios del batey y un primo nuestro, bien armado, pasaba un par de horas en su casa para satisfacción de toda la familia.
En la noche del 31 de diciembre, la atmósfera reflejaba una gran tensión, los rebeldes, en número no visto hasta ese momento, cerraban el cerco sobre el cuartel de la tiranía. En las primeras horas de la madrugada del día inicial de 1959, una explosión de alegría estremeció a Chaparra y a toda Cuba, el dictador Fulgencio Batista había escapado y un amanecer de victoria abría una nueva era en la historia del verde caimán antillano, porque la Revolución iniciada por Carlos Manuel de Céspedes el 10 de octubre de 1868, había triunfado definitivamente.
En las contradicciones propias de mi adolescencia, se abrió paso un indescriptible sentimiento de satisfacción, de alegría infinita, se hacían realidad los sueños de los heroicos fundadores de nuestra nacionalidad y se cumplía el pronóstico de mi querido padre, quien me enseñó a no aceptar la injusticia, a luchar por una sociedad justa y equitativa.
Hacia un buen tiempo que yo colaboraba con la elaboración de paquetes de medicina y acompañaba a mi madre y mi única hermana, cuando en las noches y madrugadas preparaban brazaletes del M-26-7, para enviarlos al monte y realicé horas de guardia, ante la posibilidad de que las fuerzas represivas pudieran descubrir que, durante alrededor de 15 días, mi primo hermano Víctor Argüelles, miembro del Ejército Rebelde, se recuperaba en mi casa de una herida de bala.
Desde aquel hermoso día “me monté en el tren de la Revolución” del cual no me bajaré nunca. En la vorágine de la difícil tarea de consolidar la nueva sociedad, tuve el honor y el privilegio de ser fundador de la Asociación de Jóvenes Rebeldes (AJR), las Milicias Nacionales, los CDR, la Unión de Jóvenes Comunistas (UJC) y las Organizaciones Revolucionarias Integradas (ORI)
He cumplido múltiples tareas sin que me vanaglorie por eso. No, soy un soldado de fila, un defensor a ultranza de las conquistas de nuestro socialismo, soy marxista, martiano y, sobre todo, fidelista, soy un cubano que siente el orgullo de ser heredero de los mambises, de los estoicos luchadores por nuestra libertad en los cruentos años de la república neocolonial.
Hoy, cuando después de más de 40 años de periodista la salud me obligó a jubilarme y me niego a retirarme, recuerdo aquellos días extraordinarios de finales de 1958 y el primero de enero de 1959, con el orgullo y el privilegio de haberlos vivido, además de que me impulsaron a ser protagonista de la epopeya de todo un pueblo en la construcción de la nueva sociedad.
La batalla continúa, el enemigo de siempre no se conforma y arremete con fuerza, pero para parafrasear a nuestro José Martí, nos imponen la lucha a pensamiento y a pensamiento debemos ganarla. El niño Elián González regresó a la Patria ante la impotencia de quienes nacieron en esta Isla por equivocación y los queridos Gerardo, Ramón, René, Antonio y Fernando, ¡volverán!