Cien años de felicidad
Las Tunas, Cuba.-Una afirmación como esta pudiera considerarse exagerada. Sé que en un siglo de vida tienen que haber existido momentos tristes, difíciles, como ocurre en cualquier familia común, pero en esencia, Matilde González González asegura que en su hogar siempre reinó un ambiente de amor, de respeto, y que sus descendientes la han colmado de felicidad.
El lunes 31 de agosto, Matilde, con una lucidez notable, arribó a 100 años de edad. La visité y la encontré radiante por tener en casa a familiares y amistades, quienes la agasajaron en su casa de la calle Lora número 45, entre Francisco Varona y Lorenzo Ortiz, de esta ciudad de Las Tunas donde reside desde hace 60 años.
Nacida en 1909 en el barrio rural Vista Alegre, del entonces municipio de Victoria de Las Tunas, aún niña vino con su familia para una finca de los alrededores de la ciudad. Sus padres fueron José y Dionisia González y tuvo tres hermanos, dos de los cuales ya fallecieron.
Su niñez estuvo rodeada de cariño y comprensión y cuando era apenas una adolescente de 16 años, se unió en matrimonio con José Antonio Bello Olano, quien fuera su compañero durante 65 años, hasta que falleció en 1990.
Cuatro hijos fueron el fruto de aquella feliz unión, tres hembras, dos de las cuales, la mayor y la más pequeña; estuvieron a su lado en esta memorable jornada, y un varón, José Octavio Bello González (Tabito), lanzador de béisbol y softbol, incansable trabajador por la cultura física; fallecido hace 20 años en un lamentable accidente de tránsito.
Fue aquel uno de los momentos de mayor tristeza en la vida de Matilde, quien aprendió a amar al deporte en general y al béisbol en particular, porque era pasión de sus queridos hijo y esposo.
Tabito, su hijo del alma, fue una de las personas que más he apreciado en toda mi vida, por eso estuve allí en la casa que tanto he visitado, especialmente cuando de niño y adolescente, compartí con él las ideas y proyectos del quehacer beisbolero en la localidad.
Ese día, Matilde me confesó que estaba contenta porque tiene el cuidado de su hija menor que la acompaña, de la mayor, que viajó desde Sancti Spíritus para estar con ella, y de la otra, residente en Estados Unidos, pero pendiente de su salud.
Es muy importante para esta centenaria mujer, el cariño de sus nueve nietos, 17 biznietos y cinco tataranietos; de los yernos y la nuera, de vecinos y de los amigos, entre quienes me cuento.
Después de un siglo, Matilde tiene más de 100 razones para sentirse feliz. ¡Enhorabuena!
Las Tunas, Cuba.-Una afirmación como esta pudiera considerarse exagerada. Sé que en un siglo de vida tienen que haber existido momentos tristes, difíciles, como ocurre en cualquier familia común, pero en esencia, Matilde González González asegura que en su hogar siempre reinó un ambiente de amor, de respeto, y que sus descendientes la han colmado de felicidad.
El lunes 31 de agosto, Matilde, con una lucidez notable, arribó a 100 años de edad. La visité y la encontré radiante por tener en casa a familiares y amistades, quienes la agasajaron en su casa de la calle Lora número 45, entre Francisco Varona y Lorenzo Ortiz, de esta ciudad de Las Tunas donde reside desde hace 60 años.
Nacida en 1909 en el barrio rural Vista Alegre, del entonces municipio de Victoria de Las Tunas, aún niña vino con su familia para una finca de los alrededores de la ciudad. Sus padres fueron José y Dionisia González y tuvo tres hermanos, dos de los cuales ya fallecieron.
Su niñez estuvo rodeada de cariño y comprensión y cuando era apenas una adolescente de 16 años, se unió en matrimonio con José Antonio Bello Olano, quien fuera su compañero durante 65 años, hasta que falleció en 1990.
Cuatro hijos fueron el fruto de aquella feliz unión, tres hembras, dos de las cuales, la mayor y la más pequeña; estuvieron a su lado en esta memorable jornada, y un varón, José Octavio Bello González (Tabito), lanzador de béisbol y softbol, incansable trabajador por la cultura física; fallecido hace 20 años en un lamentable accidente de tránsito.
Fue aquel uno de los momentos de mayor tristeza en la vida de Matilde, quien aprendió a amar al deporte en general y al béisbol en particular, porque era pasión de sus queridos hijo y esposo.
Tabito, su hijo del alma, fue una de las personas que más he apreciado en toda mi vida, por eso estuve allí en la casa que tanto he visitado, especialmente cuando de niño y adolescente, compartí con él las ideas y proyectos del quehacer beisbolero en la localidad.
Ese día, Matilde me confesó que estaba contenta porque tiene el cuidado de su hija menor que la acompaña, de la mayor, que viajó desde Sancti Spíritus para estar con ella, y de la otra, residente en Estados Unidos, pero pendiente de su salud.
Es muy importante para esta centenaria mujer, el cariño de sus nueve nietos, 17 biznietos y cinco tataranietos; de los yernos y la nuera, de vecinos y de los amigos, entre quienes me cuento.
Después de un siglo, Matilde tiene más de 100 razones para sentirse feliz. ¡Enhorabuena!
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