Duro golpe para mi familia
No he podido recuperarme de la fuerte conmoción que embargó mi ser por el fallecimiento de mi primo Francisco Pascual Cruz (Paquito), hijo de mi tía-abuela Livina Cruz, en un momento de gran felicidad para la familia residente en nuestra ciudad de Las Tunas y que fue deshecho por este inusitado golpe del destino.
Paquito, radicado en Estados Unidos desde el año 1960, no había visitado a sus familiares de aquí en casi medio siglo. Hace unos meses manifestó su intención de venir a vernos, de compartir con nosotros, pese a que no se encontraba muy bien de salud.
Con 66 años de edad, la misma que tengo yo, padecía de diabetes mellitus, de insuficiencia renal e hipertensión, enfermedades que habían provocado dos ataques cerebrales, los cuales lo limitaron bastante, especialmente en sus desplazamientos.
A pesar de ello y al parecer presintiendo que su vida se acababa, decidió visitarnos. Su llegada provocó mucho júbilo entre los familiares, las emociones fuertes tienen que haberle afectado, como también las indisciplinas cometidas en el consumo de alimentos no recomendables y la ingestión de bebidas alcohólicas no en exceso, pero sí por encima de los niveles permisibles.
Aún cuando mi tía Ana Cruz Tejeda, quien lo acogió en su casa por voluntad expresa de él, extremó los cuidados y las atenciones; el domingo primero de febrero, Paquito tuvo que ser ingresado en el hospital general Ernesto Guevara de la Serna por presentar por aumento de la presión arterial.
El tratamiento fue correcto y aunque debió ser internado en la sala de cuidados intensivos, los médicos lograron controlar su presión, mas llegaron las complicaciones por lo delicado de su estado de salud: dificultades para respirar, primero y después de un paro respiratorio, sobrevino el infarto cerebral que puso fin a su vida.
La conmoción familiar fue tremenda. No era para menos. Tras la consulta con sus hermanos, esposa e hijos, residentes en Estados Unidos, se decidió darle sepultura en esta, la tierra que lo vio nacer, a la cual parece decidió regresar al sentir cercano el momento final de su existencia.
La alegría del reencuentro se trocó en dolor infinito. Su deceso ocurrió alrededor de las 4:00 de la madrugada del lunes 2 de febrero y el sepelio tuvo lugar a las 11:00 de la mañana del martes 3. Sus restos fueron inhumados en el cementerio local Vicente García.
Su hermano Orlando Pascual Cruz, envió el discurso de despedida a nuestro querido Paquito, con la encomienda de que fuera yo quien le diera lectura. Confieso que, por mi estado de salud, que no es el mejor en estos momentos y el inmenso dolor que sentí ante tan infausto suceso; debí hacer un esfuerzo extraordinario para cumplir con este deber. En más de una ocasión el llanto ahogó mi voz, pero tuve fuerzas para recuperarme una y otra vez, hasta terminar esta penosa tarea.
Paquito, como se expresa en el texto de esta oración fúnebre, no era perfecto, como no lo es ningún ser humano; pero su nobleza, su desinterés, su apego a los valores espirituales, sin aferrarse a las cosas materiales; lo convirtieron en un hombre digno, generoso y por eso gozó del cariño de todos los que lo conocieron y especialmente de su familia, a la que amó intensamente.
Paquito nos dejó físicamente, pero su recuerdo de persona sencilla y honesta, su imagen de miembro de una familia en la que el amor y el respeto ha sido norma inviolable por la vida entera; permanecerá entre nosotros para guiarnos por el camino del bien y la justicia. Que en paz descanse nuestro querido primo Paquito.
No he podido recuperarme de la fuerte conmoción que embargó mi ser por el fallecimiento de mi primo Francisco Pascual Cruz (Paquito), hijo de mi tía-abuela Livina Cruz, en un momento de gran felicidad para la familia residente en nuestra ciudad de Las Tunas y que fue deshecho por este inusitado golpe del destino.
Paquito, radicado en Estados Unidos desde el año 1960, no había visitado a sus familiares de aquí en casi medio siglo. Hace unos meses manifestó su intención de venir a vernos, de compartir con nosotros, pese a que no se encontraba muy bien de salud.
Con 66 años de edad, la misma que tengo yo, padecía de diabetes mellitus, de insuficiencia renal e hipertensión, enfermedades que habían provocado dos ataques cerebrales, los cuales lo limitaron bastante, especialmente en sus desplazamientos.
A pesar de ello y al parecer presintiendo que su vida se acababa, decidió visitarnos. Su llegada provocó mucho júbilo entre los familiares, las emociones fuertes tienen que haberle afectado, como también las indisciplinas cometidas en el consumo de alimentos no recomendables y la ingestión de bebidas alcohólicas no en exceso, pero sí por encima de los niveles permisibles.
Aún cuando mi tía Ana Cruz Tejeda, quien lo acogió en su casa por voluntad expresa de él, extremó los cuidados y las atenciones; el domingo primero de febrero, Paquito tuvo que ser ingresado en el hospital general Ernesto Guevara de la Serna por presentar por aumento de la presión arterial.
El tratamiento fue correcto y aunque debió ser internado en la sala de cuidados intensivos, los médicos lograron controlar su presión, mas llegaron las complicaciones por lo delicado de su estado de salud: dificultades para respirar, primero y después de un paro respiratorio, sobrevino el infarto cerebral que puso fin a su vida.
La conmoción familiar fue tremenda. No era para menos. Tras la consulta con sus hermanos, esposa e hijos, residentes en Estados Unidos, se decidió darle sepultura en esta, la tierra que lo vio nacer, a la cual parece decidió regresar al sentir cercano el momento final de su existencia.
La alegría del reencuentro se trocó en dolor infinito. Su deceso ocurrió alrededor de las 4:00 de la madrugada del lunes 2 de febrero y el sepelio tuvo lugar a las 11:00 de la mañana del martes 3. Sus restos fueron inhumados en el cementerio local Vicente García.
Su hermano Orlando Pascual Cruz, envió el discurso de despedida a nuestro querido Paquito, con la encomienda de que fuera yo quien le diera lectura. Confieso que, por mi estado de salud, que no es el mejor en estos momentos y el inmenso dolor que sentí ante tan infausto suceso; debí hacer un esfuerzo extraordinario para cumplir con este deber. En más de una ocasión el llanto ahogó mi voz, pero tuve fuerzas para recuperarme una y otra vez, hasta terminar esta penosa tarea.
Paquito, como se expresa en el texto de esta oración fúnebre, no era perfecto, como no lo es ningún ser humano; pero su nobleza, su desinterés, su apego a los valores espirituales, sin aferrarse a las cosas materiales; lo convirtieron en un hombre digno, generoso y por eso gozó del cariño de todos los que lo conocieron y especialmente de su familia, a la que amó intensamente.
Paquito nos dejó físicamente, pero su recuerdo de persona sencilla y honesta, su imagen de miembro de una familia en la que el amor y el respeto ha sido norma inviolable por la vida entera; permanecerá entre nosotros para guiarnos por el camino del bien y la justicia. Que en paz descanse nuestro querido primo Paquito.
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