Hay una frase muy utilizada por nosotros los cubanos cuando tenemos un problema gordo que tratamos de resolver: “lo que tengo en la mano es una papa caliente”. Oiga y que rollo se nos viene encima cuando no hayamos como soltar lo que nos está quemando.
Bueno pues el señor Barack Obama, flamante presidente de los Estados Unidos de Norteamérica, tiene papas ardiendo en las dos manos y, con toda sinceridad, no sé para dónde las va a soltar o a quién se las pudiera entregar. Sus discursos van por un camino y sus actos siguen por otro absolutamente distinto. Claro, eso tiene explicación: en Oslo le entregaron el Premio Nóbel de la Paz y los pueblos solo le reconocen el de la guerra.
Pero no es un problema de Obama, sino del sistema imperial que no admite actitud diferente en la persona de uno de sus presidentes, ya sea demócrata o republicano; en definitiva allí hay un partido único, el del dinero, el poder y la hegemonía, aunque para prevalecer tenga que apretar a sus lacayos en cualquier parte del mundo.
En primer lugar veamos un asunto de tanta magnitud en Estados Unidos como es la emigración, la cual constituye la esencia de su existencia como nación. Por más de un siglo se crearon leyes dirigidas contra las llamadas minorías, especialmente negros africanos o sus descendientes nacidos en ese país; asiáticos, musulmanes y latinoamericanos.
Claro que con el triunfo de la Revolución en enero de 1959, la política migratoria para los cubanos debía utilizarse en función de la hostilidad y la agresión contra la isla rebelde. Es así que aparece la famosa Ley de Ajuste Cubano, mediante la cual todas las personas de este país que marchen hacia el “norte” reciben el cartelito de exilado político y toda clase de privilegios; mientras los de otras naciones de nuestra América no pueden legalizar sus documentos, deben trabajar de forma clandestina, con míseros salarios, o son deportados sin contemplaciones.
Es así como puede encontrarse a un mexicano que lleve tres o cuatro décadas de residencia en Estados Unidos, que fundó una familia y, por supuesto, aportó al desarrollo en ese país, sin documentos, sin seguro médico y constantemente perseguido por las autoridades migratorias; mientras que un cubano llega clandestino en una lancha tripulada por traficantes de personas y quizás antes del año en Miami, ya recibe su residencia.
Como se puede apreciar es un ajuste político frente a un desajuste xenófobo, fascista, para el cual el señor Obama intentó una “curita” con su cacareada Reforma de Salud la que, “aprobada” después de no se sabe cuántas enmiendas, mantiene sin seguro médico a la gran mayoría de los emigrantes.
Nada, que prometió la disminución de las tropas en Iraq y Afganistán y promovió más guerra; conquistó los votos de las minorías y ni siquiera es capaz de convencer a los que de verdad mandan en ese país, que debían respetarse los mínimos derechos de millones de hombres y mujeres que no solo se sienten, sino que son, de hecho, estadounidenses.
Ahora el gobierno de Estados Unidos enfrenta otro gran desajuste y este extremadamente peligroso: La ley antiemigrantes aprobada en el estado de Arizona, la cual criminaliza el solo hecho de haber nacido en otro país y estar trabajando en aquel sin haber podido obtener los documentos que legalicen su residencia.
Condenada dentro y fuera de Estados Unidos, la nueva ley de Arizona es una muestra de cuánta fuerza tienen los grupos nazi-fascistas en ese país, sobre todo porque otros varios estados de la Unión son proclives a imitarla. Esta ola de xenofobia pudiera alcanzar dimensiones insospechadas y los asesinatos de indocumentados se harían cotidianos, por muy tremendista que parezca esta afirmación.
Pero, el señor Obama es integrante de una de las minorías más odiadas por los fascistas de Estados Unidos, quienes no aceptarán nunca ser gobernados por un hombre de la raza negra. Al paso que van las cosas en ese país, no puede dudarse que una noche cualquiera, la ultraderecha prenda fuego a una cruz en el patio de la Casa Blanca.
Bueno pues el señor Barack Obama, flamante presidente de los Estados Unidos de Norteamérica, tiene papas ardiendo en las dos manos y, con toda sinceridad, no sé para dónde las va a soltar o a quién se las pudiera entregar. Sus discursos van por un camino y sus actos siguen por otro absolutamente distinto. Claro, eso tiene explicación: en Oslo le entregaron el Premio Nóbel de la Paz y los pueblos solo le reconocen el de la guerra.
Pero no es un problema de Obama, sino del sistema imperial que no admite actitud diferente en la persona de uno de sus presidentes, ya sea demócrata o republicano; en definitiva allí hay un partido único, el del dinero, el poder y la hegemonía, aunque para prevalecer tenga que apretar a sus lacayos en cualquier parte del mundo.
En primer lugar veamos un asunto de tanta magnitud en Estados Unidos como es la emigración, la cual constituye la esencia de su existencia como nación. Por más de un siglo se crearon leyes dirigidas contra las llamadas minorías, especialmente negros africanos o sus descendientes nacidos en ese país; asiáticos, musulmanes y latinoamericanos.
Claro que con el triunfo de la Revolución en enero de 1959, la política migratoria para los cubanos debía utilizarse en función de la hostilidad y la agresión contra la isla rebelde. Es así que aparece la famosa Ley de Ajuste Cubano, mediante la cual todas las personas de este país que marchen hacia el “norte” reciben el cartelito de exilado político y toda clase de privilegios; mientras los de otras naciones de nuestra América no pueden legalizar sus documentos, deben trabajar de forma clandestina, con míseros salarios, o son deportados sin contemplaciones.
Es así como puede encontrarse a un mexicano que lleve tres o cuatro décadas de residencia en Estados Unidos, que fundó una familia y, por supuesto, aportó al desarrollo en ese país, sin documentos, sin seguro médico y constantemente perseguido por las autoridades migratorias; mientras que un cubano llega clandestino en una lancha tripulada por traficantes de personas y quizás antes del año en Miami, ya recibe su residencia.
Como se puede apreciar es un ajuste político frente a un desajuste xenófobo, fascista, para el cual el señor Obama intentó una “curita” con su cacareada Reforma de Salud la que, “aprobada” después de no se sabe cuántas enmiendas, mantiene sin seguro médico a la gran mayoría de los emigrantes.
Nada, que prometió la disminución de las tropas en Iraq y Afganistán y promovió más guerra; conquistó los votos de las minorías y ni siquiera es capaz de convencer a los que de verdad mandan en ese país, que debían respetarse los mínimos derechos de millones de hombres y mujeres que no solo se sienten, sino que son, de hecho, estadounidenses.
Ahora el gobierno de Estados Unidos enfrenta otro gran desajuste y este extremadamente peligroso: La ley antiemigrantes aprobada en el estado de Arizona, la cual criminaliza el solo hecho de haber nacido en otro país y estar trabajando en aquel sin haber podido obtener los documentos que legalicen su residencia.
Condenada dentro y fuera de Estados Unidos, la nueva ley de Arizona es una muestra de cuánta fuerza tienen los grupos nazi-fascistas en ese país, sobre todo porque otros varios estados de la Unión son proclives a imitarla. Esta ola de xenofobia pudiera alcanzar dimensiones insospechadas y los asesinatos de indocumentados se harían cotidianos, por muy tremendista que parezca esta afirmación.
Pero, el señor Obama es integrante de una de las minorías más odiadas por los fascistas de Estados Unidos, quienes no aceptarán nunca ser gobernados por un hombre de la raza negra. Al paso que van las cosas en ese país, no puede dudarse que una noche cualquiera, la ultraderecha prenda fuego a una cruz en el patio de la Casa Blanca.
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