Este es Puerto Padre
Por PASTOR BATISTA VALDÉS
PUERTO PADRE.— Solo quienes viven en esta ciudad —siempre limpia, fresca y autoestimada— conocen la saña con que arremetió el Ike, las vicisitudes aún latentes, las acciones aparentemente lentas pero en marcha, para retornar a una "normalidad" que demanda un protagonismo diario "fuera de lo normal"...
Como Adel (de pie), numerosas familias han recibido tejas para restaurar el techo de sus viviendas.
Pero si alguien merece respetuosa reverencia son los habitantes dignos de esta villa que, por encima del gris huracanado, sigue siendo azul como ese cielo que a lo lejos parece sumergirse en el azul más intenso del mar.
Haber resistido vientos que el anemómetro no soportó aquella madrugada, cuando fue arrancado por ráfagas de 192 km/h (muy superiores después), es una primera prueba de constancia.
Los nueve circuitos de Puerto Padre fueron dañados por el Ike.
Las estadísticas indican que, afortunadamente, a esa hora 42 576 personas habían sido evacuadas (14 224 por encima de lo previsto en los planes). De no haberse actuado con tal grado de previsión, tal vez el luto ensombreciera hoy a decenas de famillas, si se tiene en cuenta que más de 4 900 viviendas se desplomaron frente a una secuencia de embestidas que dejó serios estragos en el 76% del fondo habitacional.
No se le podía pedir sonrisas, en los días siguientes, a un pueblo totalmente oscuro por el deplorable estado en que quedaron sus nueve circuitos eléctricos, 52 de las 76 unidades gastronómicas, 104 de comercio destinadas a alimentos, 108 centros de educación, medio centenar de instalaciones de salud, casi 4 000 teléfonos interrumpidos...
"En huesos" bajo el firmamento, las grandes naves del coloso Antonio Guiteras constituyen, casi un mes después, nítida expresión de los aproximadamente 39 millones de pesos que el Ike le arrancó al ministerio del azúcar en este norteño municipio, cuya agricultura tampoco escapó a la inclemencia del meteoro.
Puerto Padre, como el legendario poblado de Delicias, Vázquez, San Manuel y otros asentamientos, enfrentaron desde el 8 de septiembre penurias para cocinar, escasez de agua por ausencia de electricidad para el bombeo, irregularidades con el pan, obstrucción en numerosas vías a causa de los árboles y postes derribados...
PERO NADIE VA A CLAUDICAR
No es de derrota la brisa que se respira aquí.
Como toda obra humana (nunca perfecta), tal vez las acciones para asegurar combustible doméstico pudieron ser más ágiles, mejor la respuesta en la cocción y venta de comida elaborada (para lo cual se habilitaron puntos), más efectivas las variantes para romper el "silencio informativo" en medio de la oscuridad eléctrica...
Que se actuó en esas y en otras direcciones, es algo que consta a ras de las agujas del reloj, como también es un hecho real la actitud comunitaria en circunscripciones como la encabezada por Julián Puig, cuyos vecinos se organizaron para limpiar calles, socorrerse entre sí, resolver las necesidades más apremiantes con los recursos a mano.
Puerto Padre no es la villa de quienes se sientan en los destruidos muros del malecón a empinar rumores o a alentar el desaliento; es la villa de ese Quijote, fracturado y doblado por el viento pero restaurado ya y buscando al desaparecido molino que tenía al norte, para seguir combatiendo.
Es (este lugar) la sensibilidad de jóvenes como Andri Merino, talando un árbol, mocha en mano, para facilitar el avance de los mismos trabajadores eléctricos a quienes una vecina de ahí (calle Mártires de la Herradura) les ofreció café y agua fría.
Este es el Puerto Padre de los médicos, técnicos y enfermeras del hospital Guillermo Domínguez, que trabajaron más de 72 horas, sin importarles si el huracán había barrido sus casas.
Es la villa donde se agradece la ayuda de Antonio, Yoiler, Yendri y otros "motosierreros" de las Fuerzas Armadas Revolucionarias, sudando hazañas durante 12 y más horas cada día.
Es el pueblo de Ana Julia Fernández (optimista aunque las fortísimas olas y las ráfagas de viento le destruyeron todo cuanto tenía dentro del hogar), de Grisell Muñoz (agradecida por las tejas con que ya pudo techar la vivienda), de Niurka Mas (con su casa convertida ahora en la bodega que el Ike demolió a pocos metros...
Y es esta, en fin, la villa del joven Adel Fonseca: prácticamente sin nada en las habitaciones, pero con una esposa como Yoandra: decidida a seguir haciéndolo feliz; una niña como Alianni: para cuya existencia no hay precio en el universo, y un pequeño pozo de fértil y puro manto, cuya agua Adel continúa poniendo cada minuto al servicio de todo el que la necesite en el barrio y más allá
(Tomado de la edición digital del periódico 26, Las Tunas, Cuba)
Por PASTOR BATISTA VALDÉS
PUERTO PADRE.— Solo quienes viven en esta ciudad —siempre limpia, fresca y autoestimada— conocen la saña con que arremetió el Ike, las vicisitudes aún latentes, las acciones aparentemente lentas pero en marcha, para retornar a una "normalidad" que demanda un protagonismo diario "fuera de lo normal"...
Como Adel (de pie), numerosas familias han recibido tejas para restaurar el techo de sus viviendas.
Pero si alguien merece respetuosa reverencia son los habitantes dignos de esta villa que, por encima del gris huracanado, sigue siendo azul como ese cielo que a lo lejos parece sumergirse en el azul más intenso del mar.
Haber resistido vientos que el anemómetro no soportó aquella madrugada, cuando fue arrancado por ráfagas de 192 km/h (muy superiores después), es una primera prueba de constancia.
Los nueve circuitos de Puerto Padre fueron dañados por el Ike.
Las estadísticas indican que, afortunadamente, a esa hora 42 576 personas habían sido evacuadas (14 224 por encima de lo previsto en los planes). De no haberse actuado con tal grado de previsión, tal vez el luto ensombreciera hoy a decenas de famillas, si se tiene en cuenta que más de 4 900 viviendas se desplomaron frente a una secuencia de embestidas que dejó serios estragos en el 76% del fondo habitacional.
No se le podía pedir sonrisas, en los días siguientes, a un pueblo totalmente oscuro por el deplorable estado en que quedaron sus nueve circuitos eléctricos, 52 de las 76 unidades gastronómicas, 104 de comercio destinadas a alimentos, 108 centros de educación, medio centenar de instalaciones de salud, casi 4 000 teléfonos interrumpidos...
"En huesos" bajo el firmamento, las grandes naves del coloso Antonio Guiteras constituyen, casi un mes después, nítida expresión de los aproximadamente 39 millones de pesos que el Ike le arrancó al ministerio del azúcar en este norteño municipio, cuya agricultura tampoco escapó a la inclemencia del meteoro.
Puerto Padre, como el legendario poblado de Delicias, Vázquez, San Manuel y otros asentamientos, enfrentaron desde el 8 de septiembre penurias para cocinar, escasez de agua por ausencia de electricidad para el bombeo, irregularidades con el pan, obstrucción en numerosas vías a causa de los árboles y postes derribados...
PERO NADIE VA A CLAUDICAR
No es de derrota la brisa que se respira aquí.
Como toda obra humana (nunca perfecta), tal vez las acciones para asegurar combustible doméstico pudieron ser más ágiles, mejor la respuesta en la cocción y venta de comida elaborada (para lo cual se habilitaron puntos), más efectivas las variantes para romper el "silencio informativo" en medio de la oscuridad eléctrica...
Que se actuó en esas y en otras direcciones, es algo que consta a ras de las agujas del reloj, como también es un hecho real la actitud comunitaria en circunscripciones como la encabezada por Julián Puig, cuyos vecinos se organizaron para limpiar calles, socorrerse entre sí, resolver las necesidades más apremiantes con los recursos a mano.
Puerto Padre no es la villa de quienes se sientan en los destruidos muros del malecón a empinar rumores o a alentar el desaliento; es la villa de ese Quijote, fracturado y doblado por el viento pero restaurado ya y buscando al desaparecido molino que tenía al norte, para seguir combatiendo.
Es (este lugar) la sensibilidad de jóvenes como Andri Merino, talando un árbol, mocha en mano, para facilitar el avance de los mismos trabajadores eléctricos a quienes una vecina de ahí (calle Mártires de la Herradura) les ofreció café y agua fría.
Este es el Puerto Padre de los médicos, técnicos y enfermeras del hospital Guillermo Domínguez, que trabajaron más de 72 horas, sin importarles si el huracán había barrido sus casas.
Es la villa donde se agradece la ayuda de Antonio, Yoiler, Yendri y otros "motosierreros" de las Fuerzas Armadas Revolucionarias, sudando hazañas durante 12 y más horas cada día.
Es el pueblo de Ana Julia Fernández (optimista aunque las fortísimas olas y las ráfagas de viento le destruyeron todo cuanto tenía dentro del hogar), de Grisell Muñoz (agradecida por las tejas con que ya pudo techar la vivienda), de Niurka Mas (con su casa convertida ahora en la bodega que el Ike demolió a pocos metros...
Y es esta, en fin, la villa del joven Adel Fonseca: prácticamente sin nada en las habitaciones, pero con una esposa como Yoandra: decidida a seguir haciéndolo feliz; una niña como Alianni: para cuya existencia no hay precio en el universo, y un pequeño pozo de fértil y puro manto, cuya agua Adel continúa poniendo cada minuto al servicio de todo el que la necesite en el barrio y más allá
(Tomado de la edición digital del periódico 26, Las Tunas, Cuba)
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