Cuba: Una historia sencilla para una familia especial
Legado de vida
Por Yuset Puig Pupo
Cuando le comenté mi interés por su familia se mostró sorprendido. Para él, la vida en casa no es nada extraordinario. Cree que son apenas un núcleo como cualquier otro, de esos que hacen confluir responsabilidades domésticas, obligaciones laborales, compromiso social, y aún encuentran tiempo para ver crecer a sus hijos; de esos cuya vida sencilla casi nunca es argumento para páginas de diarios. Y ciertamente lo son.
Ambos, profesores de vocación, aunque hace más de dos años él es el encargado de la Oficina de Correos en el municipio de Manatí. Ella, casi dos décadas inmersa en el magisterio, reconoce en su esposo la nostalgia por los días frente a los salones de estudio. Juntos siempre, incluso en la militancia primero de la Juventud y luego del Partido. Douglas Leyva López y Maritza Zaldívar han sabido crear una familia integrada a la sociedad, desde donde emanan, de exacerban y se transmiten valores indiscutibles para vivir en comunidad y hacer del mundo, a su modo, un lugar mejor.
“Hemos tratado de construir nuestro espacio -confiesa Douglas- sobre todo con responsabilidad. La familia como célula fundamental de la sociedad es el principal momento para la formación de valores. La casa es el escenario donde se deben crear y fomentar principios, preceptos, valores como la responsabilidad, el patriotismo, la laboriosidad. Yo diría que el desenvolvimiento posterior, la escuela que también desempeña un papel importante, en lo adelante vendrán a complementar lo que ya se ha engendrado en el hogar”.
Reconocen que no es tarea fácil, el mismo ritmo de la vida, a veces demasiado ajetreado, conspira contra el espacio familiar, contra esas pequeñas cosas que cuando se hacen entre todos trascienden la mera sencillez y se vuelven especiales. Ellos a la vista son personas muy comprometidas, cederistas activos, ella federada, él al frente de una entidad que ha merecido el primer lugar en la emulación provincial, exigentes ambos. No imaginen quienes no le conocen que en casa siempre hay tiempo para contar historias, para leer libros o para hablar de pelota.
“Yo trato de combinar el trabajo con el hogar -admite Maritza- esa es mi receta. Me esfuerzo por cumplir con mis obligaciones y esa es mi mejor manera de educar a los niños, dejar que vean por sí solos cómo se comportan sus padres, qué hacen, por qué. Cumplir con nuestros compromisos enseña a nuestros hijos a cumplir con los suyos, los prepara desde ya para futuras responsabilidades. Creo que del respeto, de la exigencia en las cosas cotidianas, del desempeño de los roles familiares, emanan valores imprescindibles, cimientes para el crecimiento y para el mejoramiento social.”
La pequeña Aymara de 3 añitos, Alejandro de 9, el abuelo Róger, ya jubilado pero incorporado laboralmente a la Sede Universitaria, conforman junto a Maritza y Douglas una familia que ellos mismos califican como normal, solo un poco más exigente.
“Hay mucho en mí de mi padre -comenta Douglas- trato de transmitir valores que en un momento sentí recibir. En mi familia ha sido vital el amor a la Patria, a su mejoramiento, el compromiso social que se fundamenta en principios que adquirí y debo transmitir, que me llevaron a no ser espectador del proceso revolucionario, sino a ser parte de él, de asumir responsabilidades. Este es mi legado por tradición, y de seguro será el de mis hijos”.
Profesionales todos, educadores, orgullosos de serlo y de ir por la vida con responsabilidad y optimismo, sin miedo a que afuera la vida pueda desmoronarse. Porque ellos, a su modo, hacen que el mañana sea un poco más seguro. Y entre risas, consejos y llantos de niños, constituyen sin saberlo una familia especial, cuya historia, a la luz de tradiciones, guarda un legado de vida.
Legado de vida
Por Yuset Puig Pupo
Cuando le comenté mi interés por su familia se mostró sorprendido. Para él, la vida en casa no es nada extraordinario. Cree que son apenas un núcleo como cualquier otro, de esos que hacen confluir responsabilidades domésticas, obligaciones laborales, compromiso social, y aún encuentran tiempo para ver crecer a sus hijos; de esos cuya vida sencilla casi nunca es argumento para páginas de diarios. Y ciertamente lo son.
Ambos, profesores de vocación, aunque hace más de dos años él es el encargado de la Oficina de Correos en el municipio de Manatí. Ella, casi dos décadas inmersa en el magisterio, reconoce en su esposo la nostalgia por los días frente a los salones de estudio. Juntos siempre, incluso en la militancia primero de la Juventud y luego del Partido. Douglas Leyva López y Maritza Zaldívar han sabido crear una familia integrada a la sociedad, desde donde emanan, de exacerban y se transmiten valores indiscutibles para vivir en comunidad y hacer del mundo, a su modo, un lugar mejor.
“Hemos tratado de construir nuestro espacio -confiesa Douglas- sobre todo con responsabilidad. La familia como célula fundamental de la sociedad es el principal momento para la formación de valores. La casa es el escenario donde se deben crear y fomentar principios, preceptos, valores como la responsabilidad, el patriotismo, la laboriosidad. Yo diría que el desenvolvimiento posterior, la escuela que también desempeña un papel importante, en lo adelante vendrán a complementar lo que ya se ha engendrado en el hogar”.
Reconocen que no es tarea fácil, el mismo ritmo de la vida, a veces demasiado ajetreado, conspira contra el espacio familiar, contra esas pequeñas cosas que cuando se hacen entre todos trascienden la mera sencillez y se vuelven especiales. Ellos a la vista son personas muy comprometidas, cederistas activos, ella federada, él al frente de una entidad que ha merecido el primer lugar en la emulación provincial, exigentes ambos. No imaginen quienes no le conocen que en casa siempre hay tiempo para contar historias, para leer libros o para hablar de pelota.
“Yo trato de combinar el trabajo con el hogar -admite Maritza- esa es mi receta. Me esfuerzo por cumplir con mis obligaciones y esa es mi mejor manera de educar a los niños, dejar que vean por sí solos cómo se comportan sus padres, qué hacen, por qué. Cumplir con nuestros compromisos enseña a nuestros hijos a cumplir con los suyos, los prepara desde ya para futuras responsabilidades. Creo que del respeto, de la exigencia en las cosas cotidianas, del desempeño de los roles familiares, emanan valores imprescindibles, cimientes para el crecimiento y para el mejoramiento social.”
La pequeña Aymara de 3 añitos, Alejandro de 9, el abuelo Róger, ya jubilado pero incorporado laboralmente a la Sede Universitaria, conforman junto a Maritza y Douglas una familia que ellos mismos califican como normal, solo un poco más exigente.
“Hay mucho en mí de mi padre -comenta Douglas- trato de transmitir valores que en un momento sentí recibir. En mi familia ha sido vital el amor a la Patria, a su mejoramiento, el compromiso social que se fundamenta en principios que adquirí y debo transmitir, que me llevaron a no ser espectador del proceso revolucionario, sino a ser parte de él, de asumir responsabilidades. Este es mi legado por tradición, y de seguro será el de mis hijos”.
Profesionales todos, educadores, orgullosos de serlo y de ir por la vida con responsabilidad y optimismo, sin miedo a que afuera la vida pueda desmoronarse. Porque ellos, a su modo, hacen que el mañana sea un poco más seguro. Y entre risas, consejos y llantos de niños, constituyen sin saberlo una familia especial, cuya historia, a la luz de tradiciones, guarda un legado de vida.
(Tomado de la edición digital del periódico 26, Las Tunas, Cuba)
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